Fantasías sobre la realidad y ocurrencias varias







domingo, 10 de diciembre de 2017

CONSPIRANOIAS


Hace años que vengo siguiendo a los conspiranóicos de Youtube con una curiosidad inagotable, no sólo porque tocan todos los temas habidos y por haber relacionados con lo inexplicable, sino por esa capacidad de fantasear teorías que lo mismo sirven para descifrar el último traje de Letizia que para ofrecer una cosmovisión totalmente nueva (o varias) a cualquiera que ande despistado en banalidades parecidas, como andar cuestionándose el porqué de la existencia o el devenir de la humanidad.

¿Se acuerdan de Carlos Jesús? Pues lo que andan contando los iluminados de ahora viene siendo lo mismo, sólo que sin túnicas, con mayor elocuencia y mejor dicción y sin un Javier Cárdenas al lado ayudándolo a ponerse en ridículo por mor del índice de audiencia. Los de ahora tienen canal propio de Youtube y, en su desinteresado deseo de ayudar a elevar el nivel de conciencia de todos nosotros, comparten sus hallazgos entre anuncio y anuncio (elegido por Youtube sin ningún criterio esotérico) y nos conminan a despertar de nuestro letargo espiritual al tiempo que nos advierten de las trampas del sistema para despistarnos. Imagino que lo de insertar anuncios cada cinco minutos es un buen ejemplo de cómo ese sistema perverso de manipulación de masas actúa para interferir con los importantes mensajes que tienen que ofrecer.

Muchos de ellos quieren ser percibidos como investigadores serios y se abstienen de proclamar que tal o cual cosa les ha sido revelada por entidades de cualidad etérica, pero llega un punto en que no pueden resistir la tentación y empiezan a dejar caer cosillas tales como psicofonías o “fuentes que no pueden revelar”. Pero incluso para esto hay una explicación, y es que cuando alguien se aproxima demasiado a la verdad, las fuerzas malignas le hacen desbarrar para que el descrédito haga el resto y ese investigador sea tildado de loco y cualquier cosa que diga no sea tomada en serio. Al fin y al cabo, todo es una conspiración.

Y es que la conspiración es un filón. Es la respuesta para todo.Y su enorme poder es que se basa en una premisa muy tranquilizadora para los que sufrimos de fobia a la teoría contraria (la teoría del caos) ya que supone que alguien está a cargo de todo el tinglado. Puede que no haya dios, pero en ausencia de éste, hay un plan preconcebido, una hoja de ruta, un algo y sobre todo, alguien a quien echarle la culpa y pedir responsabilidades si todo se va al carajo, que en definitiva es lo que nos preocupa.

Por mi parte, no necesito que nadie venga a revelarme la existencia del proyecto MK Ultra y los detalles de cómo ejercer el control mental sobre alguien hasta el punto de hacerle actuar como si fuera una persona completamente distinta, activando ese comportamiento con una sola palabra. Mi madre ha conseguido lo mismo conmigo sin usar LSD y sin tener el presupuesto de la CIA, basta con que pronuncie un par de frases en el tono adecuado y me transformo en una arpía furiosa que asusta a todo el mundo (incluida yo) menos a ella.

Supongo que por eso sigo con interés las peripecias de estos youtubers. En el fondo me reconforta saber que no estoy sola en la búsqueda del esclarecimiento. Ellos se las tienen que ver con anunakis, demonios, reptilianos, extraterrestres malos, satanistas, brujos negros, iluminatis, agencias gubernamentales, militares y políticos corruptos, el nuevo orden mundial, el bitcoin, los chemtrails, Puigdemont, el brexit... Yo solo tengo que aprender a desprogramarme de las muletillas de mi madre. Tengo la firme creencia de que cuando lo consiga seré inmune a cualquier trampa del sistema o jugarreta del destino. Vale que también me quedaré sin alguien a quien echarle la culpa de mi desazón existencial pero igual ya va siendo hora.

sábado, 9 de septiembre de 2017

SOCIEDAD DE VALORACIONES S.A.




No hace mucho una filósofa me sorprendió afirmando que ética y estética son en el fondo la misma cosa. Decidí aparcar el asunto porque estaba demasiado ocupada para enfrascarme en algo que prometía mucha investigación y reflexión. Pero a veces la realidad te zambulle en aguas profundas sin darte tiempo a coger bastante aire y te obliga a encontrar rápidamente el camino hacia la superficie. Como atajo no está mal, pero yo hubiera preferido ahorrarme el trauma del agua helada y la sensación de ahogo en mi camino hacia la iluminación.


Y lo que he concluido, tras emerger casi sin resuello, es que los valores éticos y estéticos van irremisiblemente de la mano, no podemos desligar nuestra percepción de lo bueno de nuestra percepción de lo bello porque ambos juicios son hechos por el mismo sujeto pensante, que conforma sus juicios en concordancia con lo que conoce, con lo que considera verdad. Cuanto más se ajuste algo a esa verdad tanto mejor o más bello será, de manera que no podemos concebir algo bueno que sea feo, ni algo malo que sea hermoso.


Podemos fantasear todo lo que queramos con la contradicción malo/hermoso o bueno/feo, inventando símiles ingeniosos o recurriendo a la “justicia poética”, que no es sino una segunda injusticia sobre una injusticia originaria, pero en algún momento hay que enfrentar esa contradicción, el proceso dialéctico lo requiere si no queremos quedar atrapados en ella, confundidos o indolentes ante nuestra propia perplejidad.

Y es que la contradicción es la prueba del ácido para nuestro criterio, para evaluar si lo que consideramos verdad y con lo que estamos midiendo todo lo demás es correcto o no. Si tenemos suerte y el suficiente coraje es ahí donde admitimos que nos faltaba tal o cual pieza de información, o que estábamos totalmente equivocados, y resurgimos con un conocimiento más perfeccionado, con una síntesis que nos ayuda a mejor comprender, con una verdad propia más capaz de mejor servirnos de criterio.

El trauma que propició mi esclarecimiento arrancó cuando supe del caso de la empleada de Tinsa. Como no era poca la conmoción  causada por su atroz comentario en seguida se vino a sumar la del no menos atroz titular -con foto incluida de la ahora ex-empleada- de un medio de comunicación refiriéndose a ella como “esta cosa”. La redacción del medio en cuestión –que es quien firma el titular- ha dejado bien claro en el mismo su escala de valores -su verdad para juzgar la realidad- con su patente adhesión al criterio ético/estético siguiente: las gordas son feas y malas.

Una proposición aberrante que me persigue implacable desde hace dos días y que ha abierto la puerta a comentarios no menos indeseables que la gente publica haciendo el mismo alarde de falta de pudor que la susodicha y que el medio en cuestión permite sin ningún tipo de cortapisas. Imagino que por la simple regla de tres que dice que “si ella puede decir barbaridades, nosotros también” (pero desde el anonimato, no vaya a ser que nos despidan, o desde la redacción del medio, que no se puede despedir a sí misma). Pero se equivocan. En este estado de cosas nadie está a salvo. Ni ellos, ni usted, ni yo.

 

jueves, 27 de julio de 2017

CARTOGRAFIA INUTIL PARA NAVEGANTES DE TIERRA ADENTRO


Acabo de cancelar una cuenta bancaria que tuve durante muchos años en una oficina de la calle Don Pedro Infinito. Clausuré también un capítulo de mi biografía. Nunca me sentí cómoda en el barrio aunque sus gentes me inspiran un profundo y asombrado respeto.  Hoy aprendí que el nombre de la calle en la que tuve que trabajar y que ya no me veré obligada a pisar por estar en ella esa sucursal bancaria viene de una comedia de Galdós titulada Celia en los infiernos. Supongo que no es casualidad que mi particular descenso al Averno coincidiera con la etapa en que tuve que transitar el callejero de las penurias galdosianas.

Fueron años de mucho Tormento, bastante Voluntad, algo de Misericordia y muchísima -demasiada- Realidad. Para mí, que siempre he tenido un pie en el país de las hadas, no hay nada más aburrido que una sobredosis de cordura, ni nada más limitador de la felicidad que la sensación de que la creatividad es una extravagancia y un lujo que no te puedes permitir. Pero cuando las cosas se tuercen toca tirar del otro pie, el anclado en el basalto ancestral, para no dejarse arrastrar por la corriente, el vendaval o “lo que surja”. Primero sobrevivir y luego filosofar, si hay tiempo y energía. La sofisticación de los apetitos ni se concibe porque bastante hay con domarlos, especialmente cuando no hay mucho con qué satisfacerlos. Y esa ausencia de sofisticación se traduce en todo, desde la indumentaria hasta el lenguaje, con el único filtro de la limpieza y el decoro, que no es poco. Todo eso me tocó aprender y valorar en los años que duró mi conexión con un barrio que sin aspavientos ni victimismos ha mantenido su dignidad y le ha dado a la ciudad muchos campeones en esa lucha.

Los pobladores originarios de la zona eran gentes de la cumbre y su idiosincrasia ha permeado el talante del lugar. El cumbrero desde su atalaya observa los confines de la tierra y no se deja inmutar por las mareas que baten la costa. Ni le llega el ruido de los cantos rodados o de sirena ni le interesa, como tampoco le interesa, tradicionalmente, el pescado que venden abajo a menos que venga en salazón. Desconfía, pero también ayuda al vecino si puede, que los inviernos arriba son duros y las lecciones del campo se traen sabidas y no se olvidan así como así. Una de ellas es la de saber estar a las duras y a las maduras, una resignación práctica que no tiene tanto de rendición como de aceptación sosegada de los ciclos y de saber que cuando no es tiempo de una cosa lo es de otra, lo cual ayuda bastante a dirigir bien los esfuerzos y no perder el tino. Porque un agricultor que se dedica a escribir poemas al rocío de la mañana invocando al agua en vez de limpiar la acequia para cuando llueva se arriesga a perder la cosecha futura. Por no hablar de la depresión que vendrá después, el reverso tenebroso de la misma fuerza que le llevó a escribir los poemas y que acecha a los incautos ante cada gaje del vivir. Debe ser por esto que las gentes del campo, sabias y cultas en lo suyo, tienen el lirismo limitado a las canciones aprendidas de sus mayores y la imaginación reservada para improvisar versos cuando toca cantar y lucirse en las fiestas.

No suelo tener pesadillas, pero uno de los sueños más desasosegantes y recurrentes que recuerdo es  uno en que empiezo subiendo la calle Mayor de Gracia en Barcelona buscando una dulcería para acabar desnortada y confusa en Schamann sin saber dónde había dejado el coche. Supongo que el sueño me alertaba de lo que me esperaba allí: estrecheces, tanto materiales como de miras, sin una pizca de realismo mágico que llevarme al magín, sólo la realidad dura de la lucha por mantener la dignidad. Sin cosmética ni artificios, sí, pero también sin fantasía y sin ángel. La aspereza de esos años justificó de sobras la inquietud que el sueño me producía. Había que estar alerta y no perderse, ni perder el vehículo de mi libertad, que no era otro que la fantasía creadora, no el Polo maltrecho que conducía entonces. Con el tiempo cambié de coche y de lugar de trabajo, pero la deuda con ese banco me mantenía anclada en el recuerdo de un pasado poco grato.

Hoy ya puedo empezar a reconciliarme con esa memoria y con un barrio que no se merece el estigma de su callejero. El hombre del campo que hizo su casa en la Ciudad Alta poco o nada tiene que ver con el costumbrismo paleto que recreó Galdós en las obras y personajes que dan nombre a muchas de sus calles. Guanarteme se llevó a los héroes de los Episodios Nacionales, pero Pedro Infinito, el cabalista loco que nunca existió, le da nombre a la calle principal del barrio más cabal y menos dado a chifladuras de toda la ciudad. Menos mal que les dejaron a Agustina de Aragón, que sin ser un personaje galdosiano viene a compensar tanto despropósito en un alarde de resistencia heroica. Por algo la habrán puesto ahí, quiero creer que por justicia poética.

 

domingo, 2 de julio de 2017

LA ETICA DE LA PICONERA







No hace mucho me embarqué en un curso online sobre ética de la Universidad de Lausana, creado por dos miembros de su facultad de empresariales y económicas, uno profesor de ética empresarial  y el otro de teoría de decisiones. El título del curso era Unethical decision making in organizations. Parecía interesante y me moría de curiosidad por saber a qué clavo ardiendo se iban a agarrar los directivos de las organizaciones en un mundo devastado por la codicia sin escrúpulos que la “nueva economía” nos legó. Un páramo ético donde ni las flores del mal osan brotar porque hasta para ser malo, lo que se dice malo, hace falta inteligencia y ponerla al servicio de los valores contrarios a los que proclamamos como buenos. Y algo de eso hay, pero la mayor parte del problema es fruto de la inconsciencia, sabiamente explotada por los malos de verdad.


El huracán de capitalismo salvaje que se desató en los ochenta (la única regla era que no había reglas, ¿se acuerdan?) mandó a paseo los valores y se centró en la estrategia de ganar dinero a cualquier precio. El colapso de este desenfreno llegó allá por 2009 y todavía no nos hemos recuperado. Hasta aquí la nota histórica, por si me está leyendo algún menor sin filtros parentales.


Hoy se ha invertido la tendencia, lo de hacerse asquerosamente rico de la noche a la mañana y pregonarlo con orgullo ya no se lleva, ahora vuelve a estar de moda la modestia y lo que se busca de cara a la galería (porque de puertas adentro sigue siendo el dinero) es respetabilidad. Cualquier organización que se precie, a parte de una visión y una misión, tiene que tener una política de responsabilidad social, aunque se limite a patrocinar al equipo de balonmano del barrio, el caso es ser percibido como un benefactor de la comunidad y hacerse perdonar lo de ganar dinero, que ahora es de muy mal gusto y sólo lo hacen los criminales.
En un contexto así urge encontrar la forma de evitar a toda costa la mala imagen que un fraude, malversación, abuso o enchufismo puede acarrear, pero como los humanos somos como somos y no tenemos remedio -al menos en el corto plazo(*)-  la solución pasa por blindar a las organizaciones con un sinfín de protocolos, medidas, contramedidas, decálogos, comités y auditores contra las decisiones desacertadas de los mismos humanos que las manejamos. El mecanismo no es nuevo, se llama burocracia y está comprobado que funciona. De una manera perversa, pero funciona. Aunque sólo sea por la dificultad añadida de tener que sortear todo el laberinto administrativo.
Pero me estoy desviando. Las organizaciones, por mucho que les demos una personalidad jurídica, un número de identificación fiscal, estatutos y decálogos éticos no tienen alma. Ni sienten ni padecen ni se avergüenzan de su comportamiento. La ética solo atañe al ser humano, al que toma las decisiones, correctas o incorrectas, a sabiendas o no. Y es aquí donde reside la novedad en el enfoque que el curso preconiza. Un enfoque que todavía me tiene perpleja. No soy capaz de decidir si es un producto de la psicología new age, cargado de comprensión y amor universal, o un intento sibilino de excusar lo inexcusable y echarle la culpa al sistema (chivo expiatorio de primera opción allá por los setenta, cuando la crisis del petróleo y el reflujo de los sesenta dejaron al descubierto los estropicios de un desarrollismo mal planificado).
El curso pretende alertar sobre cómo el contexto de la organización (con la fuerte presión que puede ejercer) y la estrechez de miras pueden llevar a personas honestas y con principios a actuar de forma poco ética. El énfasis se pone no en las “manzanas podridas” sino en las sanas y explica divinamente las mil y una formas en las que éstas se pueden malear. Desde el miedo a las represalias hasta el efecto perverso de las rutinas pasando por la presión de los pares y el mismo estrés, ejemplificado con famosos estudios de psicología y sonados casos empresariales, todo se reduce a explicar cómo surge lo que ellos denominan ceguera ética.
Hasta aquí todo muy bien. El problema lo tengo en la forma de tratar un caso de corrupción bajo este enfoque. Y es que el concepto de ceguera ética me parece sumamente peligroso, por mucho que sea acertado. Convendría buscar otra manera de llamar a la causa de tales errores, de otra forma lo que se propicia es eludir la responsabilidad con el apoyo impagable del lenguaje y su carga emocional.
Porque no es lo mismo decir  “te has portado como un sinvergüenza” que “has sufrido un episodio de ceguera ética” o mejor todavía: “eres VICTIMA de un caso severo de ceguera ética”, que podría llegar incluso a un “perdónanos por haberte forzado a traicionar tus valores, toma tu indemnización, tu incapacidad permanente por enfermedad profesional, una pluma de regalo y no nos demandes, por favor”. Y aquí lo único que ha pasado es que la organización no ha sabido prever o corregir las anomalías y el causante del estropicio se queda tan ancho y se va cantando aquello de  por tu culpa culpita yo tengo negro negrito mi corazón…


(*) lo que dura una legislatura (cuatro años) o la revisión del interés de la hipoteca (un año), horizontes temporales que no dan ni para empezar a enseñar a hablar a un niño con propiedad, conque quítame allá lo de transformarlo en ciudadano si no lo trae aprendido de casa cuando se incorpora a la polis



sábado, 1 de julio de 2017

COSMOAGONÍAS


Percibir la realidad como un sin dios en el que sobrevivimos de puritito milagro es algo muy desazonante. También es el producto de una mente que está diseñada para categorizar y fantasear al mismo tiempo. Tal vez por eso el dicho de “escapamos locos”, que se aplica a situaciones donde ha operado ese poder inefable de evitar un estropicio épico, tenga que ver con la sospecha de que la fantasía exacerbada y dañina solo puede combatirse con otra igual de potente pero de signo contrario.

Da lo mismo si se trata de una fe o de una buena teoría de la conspiración, el caso es mantener la ficción que nuestro lado categórico y racional demanda: que alguien está a cargo, para así poder librarnos de la responsabilidad que implica el ser conscientes todo el tiempo de que cada decisión que tomamos, por trivial que parezca, no es sino una manera en que operamos sobre la realidad, construyéndola y dejando nuestra impronta en ella.

Esa es una carga muy pesada para un simple mortal. Además, para esa tarea ya inventamos (es un decir) al titán Atlas, que desde que tenemos memoria se viene ocupando de mantener el cielo y la tierra convenientemente separados, que no desconectados, e incluso nos damos el lujo de mandarlo ocasionalmente a por uvas o manzanas de oro, según tengamos el día, cada vez que nos viene en gana medir nuestras fuerzas con los dioses.

Y es que los doce trabajos de Hércules no son nada comparado con lo que tenemos que bregar día a día en el aquí y ahora. Integrar la dualidad y superar el conflicto aparente entre realidad y fantasía, (o entre materia y energía, o entre cuerpo y alma… you name it) requiere despojarse de la convicción de que somos un subproducto de las circunstancias y asumir que ya somos la prueba viviente de esa integración. Ulises no dudó un momento de sí mismo y burló a más de un dios. Y todo cuanto tenía era un cerebro de serie (como  el nuestro) y el sueño de volver a casa.

Ítaca puede ser cualquier cosa y en cualquier parte, nosotros lo decidimos. Como también decidimos si esto es el destierro en el consabido valle de lágrimas, o una odisea, o un paseo por el parque a la espera de la próxima reencarnación. Puestos a fantasear (y a elegir, que es de lo que se trata), me pido ser La Dama de Aldebarán, con poder para expulsar demonios y confundir auditores, patrona de las causas borrosas y los cirujanos plásticos, comandante en jefe de las walkirias, mediadora de conflictos interplanetarios y protectora de las macetas de hierbahuerto. Ea. Y que alguien me diga que no.

domingo, 21 de mayo de 2017

ESE FISTRO DIODENAL...(*)


Atendiendo a la forma tan deficiente que tenemos de comunicarnos podría pensarse que Jehová  se podía haber ahorrado el jaleo de la Torre de Babel. Debe haber sido una trabajera enorme crear tantísimas lenguas con el propósito de confundirnos cuando lo cierto es que con una sola nos basta y sobra.

Las palabras, desprovistas de contexto y afectividad, no valen sino para engendrar acertijos que nadie resuelve sino por casualidad en el mejor de los casos. En el peor generan malentendidos en los que desperdiciamos un tiempo precioso. Los lingüistas siguen estudiando el fenómeno y yo no tengo nada que aportar al análisis de cómo funciona (o no) el lenguaje. A mí lo que me causa asombro y maravilla es descubrir cómo funcionamos nosotros a pesar de él.

Se me ocurre que las palabras, lejos de ser herramientas útiles, son estorbos que hay que ir apartando hasta llegar a la esencia de la idea, como si en vez de designar algo con certeza solo sirvieran para descartar lo que no es. Y cada vez estoy más convencida de que Platón tenía razón, los universales existen y no aprendemos sino que recordamos, asistidos -o más bien entorpecidos- por un sistema de codificación muy rudimentario.

Lo de “entenderse con una mirada” dice mucho más sobre todo esto que lo que llevo ya escrito. Y dice mucho más sobre la comunicación humana que sobre el significado romántico y sensiblero que a veces se le atribuye, porque ya se sabe que en temas románticos a Platón y a los poetas se les perdona cualquier extravagancia. Y obviamos así el prodigio de que dos personas puedan realmente entenderse si no es porque su conexión trasciende el lenguaje y comparten una realidad, un interés, una esfera fuera del aquí y ahora donde existe la idea a la que ambos se refieren.

En ese lugar las palabras ya no estorban, son juguetes gloriosos y el lenguaje se transforma en metalenguaje. Es el espacio del chiste desternillante, de la poesía que resuena, de la filosofía que incita a cuestionarse la realidad. Es donde verdaderamente nos entendemos. Lamentablemente no pasamos mucho tiempo en esas estancias divinas.

La cotidianeidad impone otro ritmo y relacionarnos con mucha gente a quienes nuestras circunstancias y afectos no interesan lo más mínimo y/o viceversa. Entonces el diálogo de besugos está garantizado. Y el que algo que debería tener consecuencias devastadoras se traduzca con tanta frecuencia sólo en simples inconvenientes es lo que me lleva a terminar concluyendo, como es habitual, que estamos vivos de milagro.
(*) Con permiso del gran Chiquito de la Calzada