Fantasías sobre la realidad y ocurrencias varias







viernes, 29 de julio de 2011

CON FALACIAS Y A LO LOCO

Las grandes religiones y las tradiciones sapienciales de las que tenemos noticia han logrado identificar con gran acierto los males que asolan el alma humana. Sin necesidad de ir más lejos, el listado de los pecados capitales según la Iglesia Católica es un buen compendio de las aflicciones que pueden convertir nuestra existencia y la de otros en un infierno. Pero un buen diagnóstico, por indispensable que sea, no basta por sí solo para curar la enfermedad. Hasta que no irrumpe el psicoanálisis y comienza a arrojar luz sobre los miedos y deseos inconscientes que generan tal desorden de las pasiones las únicas armas de las que la Iglesia se podía valer para combatirlo consistían en apelar a la fuerza de voluntad de los fieles y a la gracia divina. Y no es en vano que la palabra pecado derive etimológicamente de otra que significa tropiezo, ya que lo que subyace en él es un tremendo error de juicio fruto de la inconsciencia. Pero en algún momento nefasto esa comprensión de las limitaciones humanas quedó empañada por los que optaron por la vía de combatir al pecador condenándolo, persiguiéndolo y aniquilándolo en vez de combatir al pecado mismo, mucho más inaprensible y aparentemente imposible de vencer si no era por la divina intercesión.
Hoy día hemos avanzado algo y la Iglesia, contrariamente a lo que pueda parecer, también se ha sumado a ese avance. Pero últimamente, las únicas voces que se escuchan son las de los que recuerdan constantemente su pasado oscuro o las atrocidades actuales y las de los que se empeñan en que su mensaje se adapte a los tiempos cuando lo que en realidad pretenden es que se adapte a su propia conveniencia aunque para ello se tenga que despojar ese mensaje de toda coherencia.
Y yo me pregunto cuántos de éstos habrán hablado recientemente con un sacerdote y si sabrán que hay muchos que en vez de atizarte con el crucifijo o imponerte ridículas penitencias te recomiendan visitar a un psicólogo. Y después te dan la bendición. Por eso me desconcierta y me preocupa que gente muy formada, incluso versada en teología y psicología, arremeta contra la Iglesia (o contra quien haga falta) haciendo uso de las mismas artimañas tergiversadoras de las que la acusa. Doctores tiene la Iglesia, dicen, pero si son como éstos a mí que me traigan un veterinario. Al menos ése no querrá hacerme comulgar con ruedas de molino.

martes, 19 de julio de 2011

METALENGUAJE

Mi madre lo ha vuelto a hacer. Sin pretenderlo, me ha colocado una vez más entre la espada y la pared y me he tenido que estrujar los sesos para salir del atolladero y comprender que todo es cuestión de semántica.
Se ha pasado meses preguntándome cada día qué iba a hacer de comer para después, ante mis dudas, insistirme en que tenía que confeccionar un menú semanal o quincenal, ya que así todo me resultaría más fácil.
Y también más aburrido, pensé yo. Bastante tedioso es ya ir al supermercado y estar pendiente de que las cosas no se quemen, o no se peguen o no se evaporen sin más en el éter. Igual de triste me resulta emplear el tiempo en tener perfectamente inventariado el contenido de la despensa y el de la nevera, sin el margen para la improvisación y la genialidad que otorga el verse de pronto con dos zanahorias y media cebolla cuando la tienda acaba de cerrar. Eso sería reducir el arte culinario a una rama de la contabilidad y yo por ahí no paso. Si encima tengo ya previsto lo que voy a cocinar ¿dónde está el reto?
Pero ocurre que no soy de piedra. Bueno, un poco sí. Pero hasta las piedras se agrietan si todos los días les cae una gotita de agua en el mismo sitio y la campaña de mi madre terminó haciendo mella en mí el pasado fin de semana.
El domingo por la noche le anuncié que había hecho un menú para quince días (ojo, no una semana sino dos) y que cuando quisiera saber qué iba a comer al día siguiente sólo tendría que mirarlo en el tablón de la cocina.
Hice mi anuncio con el mismo orgullo y hambre de aprobación materna que una niña de cuatro años dispuesta a mostrar un cuadro hecho de macarrones coloreados. Menos mal que soy mayorcita y tengo mucho rodaje con mi madre porque su reacción le habría provocado un ataque de violencia histérica al más pintado. Su respuesta fue y un rábano, te lo preguntaré a ti. El desconcierto sólo me permitió preguntar ¿encima pretendes que lo memorice? Cuando respondió pues sí a mi solo se me ocurrió contestar ¡Pues cuando me preguntes te mandaré al tablón!
Más tarde me dediqué a meditar sobre todo el asunto, convencida de que aquella crueldad desquiciante digna de un guión de Hitchcok no podía ser premeditada. Tenía que ser por fuerza el efecto colateral y catastrófico de algo más gordo y que no podía vislumbrar debido a la polvareda provocada por el derrumbe de mi menú. Necesitaba una perspectiva más amplia porque no podía ver más allá de mis narices y aquello no podía ir sólo de comistrajes, tenía que haber algo más. Entonces se hizo la luz y me vino a la mente el término que contenía la amplitud necesaria para explicar todo el desaguisado: nutrición. Un concepto que implica otras vísceras a parte del estómago, como el corazón y el cerebro y que se nutren de afectos y de ideas. Y ahí estaba la clave, escondida entre las mismas palabras que la revelaban. Sólo había que traducir y entonces el diálogo deseado quedaba de la siguiente manera:
—¿Ya sabes qué vas a hacer de comer hoy?= ¿Hoy me quieres?
—Sí=
—¿Y qué vas a hacer? = ¿Y cómo me lo vas a demostrar?
—Gazpacho y pescado a la portuguesa = Con vitaminas, minerales y  fósforo, todo natural y sin lateríos.
—Mmm, qué rico = Mmm, cómo me cuidas.
Supongo que si le diera mas achuchones no me exigiría demostrarle mi afecto a base de plantearme sudokus gastronómicos todos los días, pero cada uno es como es y yo no puedo evitar tener la actitud amorosa de un erizo igual que ella no puede evitar tener la de un oso panda. Lo que sí puedo hacer es mandar al diablo el menú y contestarle con seguridad y rapidez lo primero que se me ocurra cuando vuelva a preguntarme, porque tanto si le digo que voy a hacer una deconstrucción de huevo à la pomme de terre como si le digo que voy a cocinar una tortilla le va a sonar igual de bien. El caso es que le diga cuánto la quiero, dando los rodeos que haga falta.

lunes, 18 de julio de 2011

JUAN JOSÉ CARDONA EN ESTADO DE GRACIA

Igual me arrepiento dentro de poco pero hoy tengo que reconocer que me está gustando la forma de actuar del alcalde de Las Palmas de Gran Canaria. Mi natural optimismo me lleva a contemplar este prodigio como un motivo para la esperanza y no como un signo del Apocalipsis, que es lo que sugiere mi muy cultivado pesimismo. ¿Será verdad que tenemos delante a un político capaz de liderar un cambio real en la democracia de nuestra ciudad o será un espejismo de tantos que nos distraen con el único objeto de robarnos la cartera?
El caso es que está haciendo lo que no recuerdo haber visto en mucho tiempo en política: está dando explicaciones y animando de forma inequívoca la participación ciudadana. Y, lo que es más importante, lo está haciendo sin mostrar miedo ni asco. Podría decirse que bajarse de una tarima para responder al público en general y a los indignados en particular es una técnica facilona en la que cualquier coach te pone al día en un pispás y que a la mayoría de los indignados se les deja sin argumentos con un pequeño breviario ad hoc tal como hizo Soria no hace mucho. Podría argumentarse también que su artículo de hoy en el periódico sobre la financiación de eventos culturales en la ciudad y su ofrecimiento de propiciar un debate serio sobre la cuestión no es sino una maniobra publicitaria para adelantarse a las críticas por los recortes que se avecinan. Podría decirse todo eso y probablemente mucho más y quizás nunca sepamos si es verdad o no.
Pero lo que sí es cierto es el mensaje que transmite el subtexto y que es bastante más difícil de manipular que el del texto principal. Ese mensaje va pregonando, sin megáfonos ni consignas, que es capaz de hablar con quien sea y de escuchar a quien haga falta con la única exigencia del respeto mutuo. A muchos capitanes sus hombres les han seguido a una guerra por menos. Quiero pensar que ese carisma que está empezando a mostrar no sea un artificio y que sirva para aglutinar a esta ciudadanía desencantada en un verdadero proyecto común. Ese sí sería un auténtico logro y no el de la capitalidad cultural europea.

lunes, 11 de julio de 2011

ALIMENTANDO PASIONES

En este mes de julio a nuestro Gobierno se le ha quedado corto el arsenal contrapropagandístico de su aliada Tele 5 ya que, ni la reconfortante escoria ajena que destilan sus platós, ni el subidón de autoestima que promete la repetición de la final del mundial de futbol le asegura un verano tranquilo y a salvo de nuevas oleadas de indignación.
Es en este mes cuando el ejecutivo planea aprobar la ley de reforma de las pensiones, ahora en proceso de enmiendas y en la que se van colando cosillas como la integración del régimen especial de empleadas del hogar en el régimen general.
Esta reforma, la más drástica de todas por sus repercusiones a corto, medio y largo plazo, no ha suscitado el debate serio y la explicación detallada que exige ni lo hará. No interesa aclarar que el Estado del Bienestar se cae a trozos ni que la gestión de los recursos públicos ha sido desastrosa.
Me barrunto que por eso, y antes de que a algún columnista falto de inspiración le de por investigar en las actas de la comisión que está trabajando en esta ley, han cargado contra la SGAE de la forma en que lo han hecho. Les ha salido redondo, porque tienen a todo el país salivando con la mezquina esperanza de que le caiga un paquete de antología. En ese espejismo de que por fin se empieza a hacer justicia andamos todos confiados y predispuestos a pensar que algunas cosas se hacen bien, casi de puta madre. De manera que ¿para qué perder el tiempo con los tecnicismos actuariales de la Seguridad Social si al final no entendemos nada y seguimos igual de cabreados además de sentirnos un poco más catetos? Pero la leña contra cualquier privilegio ajeno, real o fantaseado, la entendemos en seguida y la aplaudimos sin cuestionarla.
Sospecho que no es sino una cortina de humo, pero eso el tiempo lo dirá. Lo que sí es seguro es que en este país hemos elevado la envidia a la categoría de filtro de la realidad, despojando de méritos a lo que tiene valor y adjudicándolo arbitrariamente a cualquier cosa que nos haga sentir superiores. Y esto nuestros gobernantes lo saben, tal vez por eso sean tan buenos gestores de la mediocridad. En el fondo, tienen que trabajar con lo que hay.

domingo, 3 de julio de 2011

PRÓXIMO VS MÁXIMO

Hace unos años, en una conversación con una prima de mi edad cuyo progenitor estaba muy enfermo, tuve una visión catastrofista de la existencia humana. En aquella época yo aún estaba muy cabreada por la enfermedad y muerte de mi padre y me empeñaba en culpar de esa desdicha a todas las instancias metafísicas que se me pusieran a tiro, ya fueran dios, destino, karma o el reverso tenebroso de la fuerza.
Después de un completo repaso por el catálogo de problemas que supone una buena atención a un enfermo, mi prima se preguntó qué iba a ser de nosotras, solteras y sin hijos, si alguna vez nos veíamos en esa situación de invalidez. Aunque le echó humor a la pregunta, maldita la gracia que le hacía tener que formulársela. Me sentí obligada a rescatarla de un pesimismo que en aquellos momentos no se podía permitir y le espeté: tranquila, eso no va a pasar, no tenemos descendencia a la que joderle la vida, así que ningún poder que se precie va a perder el tiempo con nosotras. En los momentos más negros de mi rabia había llegado a contemplar la existencia como una cabronada en sesión continua que se transmitía por vía hereditaria, perpetuando en la generación siguiente una ilusión de trascendencia que enmascaraba nuestra estéril lucha contra la incertidumbre.
Afortunadamente, hoy día estoy liberada de la narcisista aflicción de creerme en el punto de mira de poderes extraterrenos y empiezo a atisbar algo parecido a la comprensión de los elementos que componen una vida que merezca la pena. Uno de esos elementos consiste en aceptar que la única certeza con la que contamos es la de la muerte y con esa basta y sobra. La conciencia de la mortalidad es el tributo que pagamos por nuestra inteligencia. Si la volvemos contra nosotros mismos dejándonos amedrentar por lo que nos descubre solo nos quedará el lamento del viejo maestro de gladiadores, somos sombras y ceniza, en vez de intentar vivir a la altura de su potencial, en el borde de las cosas donde creamos e inventamos palabras, teorías y mundos, en vez de optar por la actitud del general romano diciendo la muerte nos sonríe a todos, devolvámosle la sonrisa. Ambos luchaban por su existencia, pero mientras uno intentaba derrotar a la muerte, el otro intentaba conquistar la vida. La primera es una batalla perdida, de manera que sólo nos queda intentar lo otro y sonreír, aunque no acabemos de entender el chiste.