Fantasías sobre la realidad y ocurrencias varias







domingo, 22 de abril de 2012

LA DONCELLA Y EL DRAGÓN


El enorme y fiero dragón lanzó una llamarada y dio un paso hacia la doncella. Sus ojos parecían rubíes incrustados en su poliédrica testuz, tan facetados y duros como la coraza que la revestía. Sus hoyares todavía humeaban cuando abrió sus fauces y habló.
-¿Se puede saber dónde te habías metido? El té se ha enfriado.
-He venido en cuanto he podido escaparme. ¿Te crees que es fácil librarse así como así de una docena de caballeros, un juglar y cuatro damas de compañía? ¡He tenido que fingir un ataque de astenia primaveral y luego descolgarme por la ventana de mis aposentos embutida en este ridículo vestido que no hacía sino engancharse a la enredadera!
-Oh, lo siento.
-Cada vez me lo ponen más difícil. Temo que un día no pueda acudir a nuestro encuentro anual y entonces…
-No. Te las arreglarás. Siempre lo haces. Ese es tu poder. Y yo estaré aquí, aguardándote. Presto a poner mi pecho a tiro de la lanza de un guerrero digno. Solo espero que sepa reconocerlo…
-Lo harás. Solo tú conoces la melodía de su corazón y eres capaz de oírla entre todo el mundanal ruido.
-Cada vez es más ensordecedor, ¿no te parece? Si no fuera porque su corazón y el mío resuenan no sería capaz de distinguirlo. Mira, por ahí viene uno. La armadura y los arreos de su caballo forman un estruendo tan grande que se oye desde aquí. Y encima todo ese hierro no hace sino crear interferencias.
-¿Es él?
-Está lejos todavía, no consigo captar nada. Pero deberías apartarte un poco, él si puede vernos. O al menos finge que estás espantada.
-Sabes que no puedo. La última vez que lo intenté me dio la risa.
-Sí, no me lo recuerdes. Mientras mi sangre fertilizaba la tierra y tu caballero luchaba contra su pánico, tú te desternillabas. Si la escena no hubiese sido tan ridícula probablemente habría que tacharla de impía.
-Oye, ya te dije que no lo hice adrede, ¿vale? Lo que es una ridiculez es pretender que esté atemorizada por ti cuando soy quien mejor te conoce solo porque el ego de mi guerrero no soporta que su valor rivalice con el mío. Bastante tengo con dejarme rescatar después de vencer mil peligros para llegar hasta aquí. Y encima voy a tener que bordar un tapiz del tamaño de una pared recreando su hazaña, no te olvides de eso.
-Está bien, todo lo que tú quieras, pero recuerda que tú eres su inspiración y si no es por ti él no estaría aquí cumpliendo su parte en el ciclo.
-Y la cumple por las razones equivocadas, sólo porque su deseo es más fuerte que su miedo.
-Ya, pero hasta que no comprenda su cometido tendrá que seguir recreando esta historia. Yo también estoy impaciente porque las cosas cambien; te aseguro que una lanza atravesándote el corazón escuece lo suyo.
-Supongo que sí. Siento lo del té, te habías tomado muchas molestias. Es una pena que no hayamos tenido más tiempo.
-No te preocupes, me temo que todavía habrá muchas más ocasiones. Apártate un poco, ¿quieres? Nuestro guerrero se acerca y tengo que recibirlo como está mandado, no hay duda de que se trata de él.
El dragón desplegó sus alas y elevando su monstruosa cabeza lanzó un rugido que incendió las nubes. Mientras tanto, una solitaria lágrima resbalaba por el rostro impasible de la doncella.

San Jorge, por  Paolo Uccello, c. 1450