No hace mucho una filósofa me sorprendió afirmando que ética y estética son en el fondo la misma cosa. Decidí aparcar el asunto porque estaba demasiado ocupada para enfrascarme en algo que prometía mucha investigación y reflexión. Pero a veces la realidad te zambulle en aguas profundas sin darte tiempo a coger bastante aire y te obliga a encontrar rápidamente el camino hacia la superficie. Como atajo no está mal, pero yo hubiera preferido ahorrarme el trauma del agua helada y la sensación de ahogo en mi camino hacia la iluminación.
Y
lo que he concluido, tras emerger casi sin resuello, es que los valores éticos y estéticos van irremisiblemente
de la mano, no podemos desligar nuestra percepción de lo bueno de nuestra
percepción de lo bello porque ambos juicios son hechos por el mismo sujeto
pensante, que conforma sus juicios en concordancia con lo que conoce, con lo
que considera verdad. Cuanto más se ajuste algo a esa verdad tanto mejor o más
bello será, de manera que no podemos concebir algo bueno que sea feo, ni algo
malo que sea hermoso.
Podemos
fantasear todo lo que queramos con la contradicción malo/hermoso o bueno/feo,
inventando símiles ingeniosos o recurriendo a la “justicia poética”, que
no es sino una segunda injusticia sobre una injusticia originaria, pero en
algún momento hay que enfrentar esa contradicción, el proceso dialéctico lo
requiere si no queremos quedar atrapados en ella, confundidos o indolentes ante
nuestra propia perplejidad.
Y
es que la contradicción es la prueba del ácido para nuestro criterio, para
evaluar si lo que consideramos verdad y con lo que estamos midiendo todo lo
demás es correcto o no. Si tenemos suerte y el suficiente coraje es ahí donde
admitimos que nos faltaba tal o cual pieza de información, o que estábamos
totalmente equivocados, y resurgimos con un conocimiento más perfeccionado, con
una síntesis que nos ayuda a mejor comprender, con una verdad propia más capaz
de mejor servirnos de criterio.
El
trauma que propició mi esclarecimiento arrancó cuando supe del caso de la
empleada de Tinsa. Como no era poca la conmoción causada por su atroz
comentario en seguida se vino a sumar la del no menos atroz titular -con foto
incluida de la ahora ex-empleada- de un medio de comunicación refiriéndose a
ella como “esta cosa”. La redacción del medio en cuestión –que es quien firma
el titular- ha dejado bien claro en el mismo su escala de valores -su verdad
para juzgar la realidad- con su patente adhesión al criterio
ético/estético siguiente: las gordas son feas y malas.
Una
proposición aberrante que me persigue implacable desde hace dos días y que ha
abierto la puerta a comentarios no menos indeseables que la gente publica
haciendo el mismo alarde de falta de pudor que la susodicha y que el medio en
cuestión permite sin ningún tipo de cortapisas. Imagino que por la simple regla
de tres que dice que “si ella puede decir barbaridades, nosotros también” (pero
desde el anonimato, no vaya a ser que nos despidan, o desde la redacción del
medio, que no se puede despedir a sí misma). Pero se equivocan. En este estado
de cosas nadie está a salvo. Ni ellos, ni usted, ni yo.
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