Fantasías sobre la realidad y ocurrencias varias







sábado, 1 de julio de 2017

COSMOAGONÍAS


Percibir la realidad como un sin dios en el que sobrevivimos de puritito milagro es algo muy desazonante. También es el producto de una mente que está diseñada para categorizar y fantasear al mismo tiempo. Tal vez por eso el dicho de “escapamos locos”, que se aplica a situaciones donde ha operado ese poder inefable de evitar un estropicio épico, tenga que ver con la sospecha de que la fantasía exacerbada y dañina solo puede combatirse con otra igual de potente pero de signo contrario.

Da lo mismo si se trata de una fe o de una buena teoría de la conspiración, el caso es mantener la ficción que nuestro lado categórico y racional demanda: que alguien está a cargo, para así poder librarnos de la responsabilidad que implica el ser conscientes todo el tiempo de que cada decisión que tomamos, por trivial que parezca, no es sino una manera en que operamos sobre la realidad, construyéndola y dejando nuestra impronta en ella.

Esa es una carga muy pesada para un simple mortal. Además, para esa tarea ya inventamos (es un decir) al titán Atlas, que desde que tenemos memoria se viene ocupando de mantener el cielo y la tierra convenientemente separados, que no desconectados, e incluso nos damos el lujo de mandarlo ocasionalmente a por uvas o manzanas de oro, según tengamos el día, cada vez que nos viene en gana medir nuestras fuerzas con los dioses.

Y es que los doce trabajos de Hércules no son nada comparado con lo que tenemos que bregar día a día en el aquí y ahora. Integrar la dualidad y superar el conflicto aparente entre realidad y fantasía, (o entre materia y energía, o entre cuerpo y alma… you name it) requiere despojarse de la convicción de que somos un subproducto de las circunstancias y asumir que ya somos la prueba viviente de esa integración. Ulises no dudó un momento de sí mismo y burló a más de un dios. Y todo cuanto tenía era un cerebro de serie (como  el nuestro) y el sueño de volver a casa.

Ítaca puede ser cualquier cosa y en cualquier parte, nosotros lo decidimos. Como también decidimos si esto es el destierro en el consabido valle de lágrimas, o una odisea, o un paseo por el parque a la espera de la próxima reencarnación. Puestos a fantasear (y a elegir, que es de lo que se trata), me pido ser La Dama de Aldebarán, con poder para expulsar demonios y confundir auditores, patrona de las causas borrosas y los cirujanos plásticos, comandante en jefe de las walkirias, mediadora de conflictos interplanetarios y protectora de las macetas de hierbahuerto. Ea. Y que alguien me diga que no.

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