Fantasías sobre la realidad y ocurrencias varias







lunes, 11 de julio de 2011

ALIMENTANDO PASIONES

En este mes de julio a nuestro Gobierno se le ha quedado corto el arsenal contrapropagandístico de su aliada Tele 5 ya que, ni la reconfortante escoria ajena que destilan sus platós, ni el subidón de autoestima que promete la repetición de la final del mundial de futbol le asegura un verano tranquilo y a salvo de nuevas oleadas de indignación.
Es en este mes cuando el ejecutivo planea aprobar la ley de reforma de las pensiones, ahora en proceso de enmiendas y en la que se van colando cosillas como la integración del régimen especial de empleadas del hogar en el régimen general.
Esta reforma, la más drástica de todas por sus repercusiones a corto, medio y largo plazo, no ha suscitado el debate serio y la explicación detallada que exige ni lo hará. No interesa aclarar que el Estado del Bienestar se cae a trozos ni que la gestión de los recursos públicos ha sido desastrosa.
Me barrunto que por eso, y antes de que a algún columnista falto de inspiración le de por investigar en las actas de la comisión que está trabajando en esta ley, han cargado contra la SGAE de la forma en que lo han hecho. Les ha salido redondo, porque tienen a todo el país salivando con la mezquina esperanza de que le caiga un paquete de antología. En ese espejismo de que por fin se empieza a hacer justicia andamos todos confiados y predispuestos a pensar que algunas cosas se hacen bien, casi de puta madre. De manera que ¿para qué perder el tiempo con los tecnicismos actuariales de la Seguridad Social si al final no entendemos nada y seguimos igual de cabreados además de sentirnos un poco más catetos? Pero la leña contra cualquier privilegio ajeno, real o fantaseado, la entendemos en seguida y la aplaudimos sin cuestionarla.
Sospecho que no es sino una cortina de humo, pero eso el tiempo lo dirá. Lo que sí es seguro es que en este país hemos elevado la envidia a la categoría de filtro de la realidad, despojando de méritos a lo que tiene valor y adjudicándolo arbitrariamente a cualquier cosa que nos haga sentir superiores. Y esto nuestros gobernantes lo saben, tal vez por eso sean tan buenos gestores de la mediocridad. En el fondo, tienen que trabajar con lo que hay.

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