Las grandes religiones y las tradiciones sapienciales de las que tenemos noticia han logrado identificar con gran acierto los males que asolan el alma humana. Sin necesidad de ir más lejos, el listado de los pecados capitales según la Iglesia Católica es un buen compendio de las aflicciones que pueden convertir nuestra existencia y la de otros en un infierno. Pero un buen diagnóstico, por indispensable que sea, no basta por sí solo para curar la enfermedad. Hasta que no irrumpe el psicoanálisis y comienza a arrojar luz sobre los miedos y deseos inconscientes que generan tal desorden de las pasiones las únicas armas de las que la Iglesia se podía valer para combatirlo consistían en apelar a la fuerza de voluntad de los fieles y a la gracia divina. Y no es en vano que la palabra pecado derive etimológicamente de otra que significa tropiezo, ya que lo que subyace en él es un tremendo error de juicio fruto de la inconsciencia. Pero en algún momento nefasto esa comprensión de las limitaciones humanas quedó empañada por los que optaron por la vía de combatir al pecador condenándolo, persiguiéndolo y aniquilándolo en vez de combatir al pecado mismo, mucho más inaprensible y aparentemente imposible de vencer si no era por la divina intercesión.
Hoy día hemos avanzado algo y la Iglesia, contrariamente a lo que pueda parecer, también se ha sumado a ese avance. Pero últimamente, las únicas voces que se escuchan son las de los que recuerdan constantemente su pasado oscuro o las atrocidades actuales y las de los que se empeñan en que su mensaje se adapte a los tiempos cuando lo que en realidad pretenden es que se adapte a su propia conveniencia aunque para ello se tenga que despojar ese mensaje de toda coherencia.
Y yo me pregunto cuántos de éstos habrán hablado recientemente con un sacerdote y si sabrán que hay muchos que en vez de atizarte con el crucifijo o imponerte ridículas penitencias te recomiendan visitar a un psicólogo. Y después te dan la bendición. Por eso me desconcierta y me preocupa que gente muy formada, incluso versada en teología y psicología, arremeta contra la Iglesia (o contra quien haga falta) haciendo uso de las mismas artimañas tergiversadoras de las que la acusa. Doctores tiene la Iglesia, dicen, pero si son como éstos a mí que me traigan un veterinario. Al menos ése no querrá hacerme comulgar con ruedas de molino.