Fantasías sobre la realidad y ocurrencias varias







lunes, 7 de mayo de 2012

LA NAVAJA DE OCKHAM


Cuando tenía siete años y me había ganado ya la confianza de los adultos hice lo que cualquier criatura habría hecho en esas circunstancias: demostrarles que se habían equivocado. La forma que escogí para reclamar mi paraíso perdido no fue muy original, pero es un clásico donde los haya, porque lo que hice fue coger unas enormes tijeras y cortarme un buen mechón de pelo.
Mi inconsciente ha eliminado por completo la memoria de la reacción de mi madre ante la moña ingobernable que luciría en medio de la frente por una buena temporada. Lo que no podré olvidar mientras viva es la admonición paterna que recibí el mismo día. Mi padre se me acercó con una expresión extraña (que años más tarde reconocería como la expresión de “me tengo que aguantar la risa como sea”) y después de contemplar el desaguisado desde todos los ángulos me dijo: “la próxima vez que tengas una ocurrencia de estas acuérdate de lo que dijo el filósofo: pienso, luego existo”. Y se quedó tan ancho.
El caso es que lo dijo tan convencido de que yo lo estaba entendiendo que ni se me ocurrió dudar de la traducción libre que hice a toda pastilla del apotegma cartesiano, porque en aquel momento precioso en el que se dirigía solo a mí defraudar su fe habría sido mucho peor que raparme al cero. Como desconocía el uso de la palabra "luego" como conjunción me tuve que conformar con el adverbio y convencerme de que “pienso, después existo” debía significar que había que pensar las cosas antes de actuar. Le respondí con un sí papá muy sentido y no pude tener ningún remordimiento por el corte de pelo porque estuve muy ocupada el resto del día preguntándome si una frase como esa tenía sentido, si el existir equivalía al ser y al actuar, o si no era imposible pensar y existir en tiempos distintos.
Viene todo esto a cuento porque últimamente los correos que recibo sobre los recortes de Rajoy y los incumplimientos de su programa empiezan a ser más que los que recibo de chistes sobre la crisis, pero mientras estos últimos son todos distintos y geniales los primeros repiten el mismo machaconeo de tijeras y palabras traidoras. Al final el bombardeo ha hecho mella y necesito explicarme la pasión de nuestro presidente por los recortables y los juegos de palabras. Sobre todo necesito entender cómo ha sido capaz este hombre de rebajar a todo un país de humoristas brillantes a la categoría de contables de sus miserias. Igual lo he subestimado o malinterpretado.

Porque es posible que cuando dijo aquello de "el PP no pretende abaratar el despido sino promover que el contrato indefinido sea la regla general" no lo hayamos entendido bien. Puede que con lo de contrato indefinido quiera decir un contrato en que ya no están claros ni el salario, ni las garantías, ni los derechos, ni las obligaciones, ni la jornada, ni se sabe tampoco cuánto durará tal suplicio de indefinición para el que tenga la suerte de firmarlo. Y para implantar este monumento a la indeterminación habrá que acabar con los rígidos contratos preexistentes, que no dejan ningún margen a la contingencia ni a la manifestación de la divina providencia. Igual hay que abaratar los despidos para poder librarse de esas rémoras, pero ya dice desde el principio que esa no es la prioridad. Y visto así, la verdad es que el hombre ha cumplido. El problema es que ya no tengo siete años ni la necesidad imperiosa de entender lo incomprensible aún a costa de la verdad misma.
Entiendo que los tiempos son difíciles y que es necesario ajustar, reconducir y gobernar. Pero también entiendo que las tijeras son una herramienta fascinante y que el lenguaje está lleno de matices y polisemias tan útiles para cierta forma de hacer política como nefastos para la filosofía. La conclusión es inevitable: tengo que suponer que Rajoy no se permitió romper un plato de pequeño y se las está cobrando todas juntas ahora que es presi. Vamos, que miente como un bellaco.

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