Había una vez una casa en una isla perdida en cuyo patio se erguía un asombroso baobab. En primavera las mariposas revoloteaban alrededor de sus flores mientras el agua de la fuente cercana borboteaba alegre y melodiosa. Bajo sus ramas se congregaban cuenta cuentos, músicos, pintores, bailarines, cineastas, filósofos, poetas y sabios que compartían sus dones con todo el que se acercaba.
Poco a poco, la gente fue conociendo lo que sucedía a la sombra del baobab y empezó a comprender que no todo eran leones feroces y despiadados, ni polvorientas y mortíferas sequías, ni devastadoras enfermedades, ni pavorosas hambrunas. Y a la sombra del baobab se dieron cuenta de que había alegría en vez de desolación, sueños en vez de pesadillas y esperanza en vez de derrota.
Me cuentan que la casa ha cambiado de dueño y que ahora bajo el insigne árbol se reúnen los comerciantes vociferando su mercancía usurpando el lugar de los griots, empujándolos de nuevo a la sabana calcinada y acaparando toda la sombra para instalar sus tenderetes. Dicen que son los dueños del agua que lo riega y que por tanto les pertenece. Pero sus hojas están mustias y las mariposas se han ido.
Un día ellos también se irán en busca de otro árbol más frondoso bajo el que cobijarse y al que tampoco sabrán cantar la canción adecuada. Entonces el baobab florecerá de nuevo. Cuando cese la estridencia de los mercaderes, volverá el verdor a enseñorearse del desierto. No por nada son míticas sus raíces.
Poco a poco, la gente fue conociendo lo que sucedía a la sombra del baobab y empezó a comprender que no todo eran leones feroces y despiadados, ni polvorientas y mortíferas sequías, ni devastadoras enfermedades, ni pavorosas hambrunas. Y a la sombra del baobab se dieron cuenta de que había alegría en vez de desolación, sueños en vez de pesadillas y esperanza en vez de derrota.
Me cuentan que la casa ha cambiado de dueño y que ahora bajo el insigne árbol se reúnen los comerciantes vociferando su mercancía usurpando el lugar de los griots, empujándolos de nuevo a la sabana calcinada y acaparando toda la sombra para instalar sus tenderetes. Dicen que son los dueños del agua que lo riega y que por tanto les pertenece. Pero sus hojas están mustias y las mariposas se han ido.
Un día ellos también se irán en busca de otro árbol más frondoso bajo el que cobijarse y al que tampoco sabrán cantar la canción adecuada. Entonces el baobab florecerá de nuevo. Cuando cese la estridencia de los mercaderes, volverá el verdor a enseñorearse del desierto. No por nada son míticas sus raíces.