La noticia me ha dejado aturdida: una pareja gana una demanda a un hospital por no haber diagnosticado durante el embarazo el síndrome de Down de su hija. La noticia la acompañaba la foto de una niña angelical de tres o cuatro años con esa condición. Si la foto hubiera sido la del abogado que ganó el pleito, la de los padres o la de la fachada del hospital, probablemente no hubiese caído en lo monstruoso de todo el asunto: el cómo la crueldad cotidiana pasa desapercibida, en este caso a la sombra de la justicia.
Me pregunto qué explicaciones le darán esos padres a su hija si llega el momento. Algunas personas con síndrome de Down son capaces de obtener un título universitario y muchas de ellas son capaces de desenvolverse en este mundo y descifrar lo que ocurre a su alrededor y les concierne.
El mensaje que están recibiendo todas estas personas en condiciones de captarlo, y como ellas otros seres humanos que han nacido con serias malformaciones, es que su vida es un lastre que hay que evitar a toda costa. La sociedad en la que viven siente un rechazo tan grande hacia ellos que ni siquiera les permite nacer. Y si por un error médico llegan a ver la luz el culpable es castigado con todo el peso de la ley.
Esa es la estima que les tiene una sociedad en la que ellos luchan por integrarse con toda su fuerza y su candor. Sus familias y sus comunidades se ven forzados a hacer auténticos malabarismos intelectuales para convencerles de que eso no es así, cuando ni nosotros mismos atinamos a explicarnos cómo esa sociedad, que formamos las familias y las comunidades, ha acabado siendo una entidad tan extraña y despiadada.
Me pregunto también qué sienten los ancianos y los enfermos que se aferran a la vida con uñas y dientes cuando se debate sobre la eutanasia, cuando se utilizan tantos y tan sesudos argumentos para intentar decidir cuándo es lícito vivir y cuándo no. Me aterra pensar que se legisle sobre este tema, porque en cuanto esta sociedad monstruosa tenga un criterio unánime sobre qué es una vida “de calidad” cualquier otro tipo de vida que no cumpla con los requisitos quedará desatendida y proscrita.
La vida y la muerte son procesos naturales y a menudo oímos decir que la naturaleza es cruel. Por lo visto no teníamos bastante con la metáfora y nos estamos empleando a fondo en convertir la existencia en una atrocidad en nuestro afán por mejorar la vida. De manera que el Homo Sapiens Sapiens, que empezó a caminar derecho antes de ayer y que se ha sacudido todos los yugos morales esta mañana después del desayuno, está esta noche enfrascado en enmendarle la plana a la vida, alterando cuantos códigos genéticos y éticos se le pongan a tiro. Y sin red.
Dedicado a mi padre.
Dedicado a mi padre.