La nave interestelar Cascanueces III viajaba ruidosamente por el espacio. Sus maltrechos paneles crujían y los contenedores que arrastraba en racimo chocaban unos con otros. En la cabina de mando, la tripulación se afanaba en controlar los achaques de la desvencijada nave y en atender las instrucciones para la descarga.
—Comandante, la nave de recogida nos advierte que dos de los cables de los contenedores se han enredado.
—Pues dejaremos esos dos para el final, y dile a Ronda que se prepare para salir ahí fuera.
—A la orden.
—Ah, Vega, que la acompañe Casia, no quiero que esto nos lleve toda la tarde.
—De acuerdo. ¿Se encuentra bien, señora?
—Me duele la cabeza de oir esa cacharrería todo el día. Quiero un trabajo rápido y bien hecho.
—Comandante, una comunicación urgente por la linea uno.
—¿Y ahora qué? Pásamela a los auriculares de mi consola. Comandante Flint al habla.
—Hola cariño, ¿podrías pasar por el asteroide X44 de camino a casa y traer un saco de 10 kilos de piroclasto? El que estoy usando no está dando resultado con las begonias del jardín hidropónico.
—Marcia, te he dicho que no uses esta linea si no se trata de una emergencia, ¿se puede saber por qué son tan urgentes las...dichosas begonias?
—Lo siento cielo, pero en ese cacharro que pilotas es la única que funciona, llevo un buen rato llamando a las otras. La verdad, deberían pagarte más por arriesgar tu vida en él.
—Ya me pagan un plus de riesgo. Y no es ningún cacharro, es un clásico de la navegación interestelar que...
—...ha visto tiempos mejores, sí, ya lo sé. Oye, y no llegues tarde, tu hija ha vuelto a suspender historia antigua, ha puesto en el examen no sé qué disparate sobre la extinción de los hombres y deberías tener una charla con ella.
—Eh..., sí, de acuerdo, no te preocupes, déjamelo a mi ¿vale? Adios.
—Comandante, ¿le ocurre algo? Está sudando.
—Dime una cosa Hali, ¿cómo se extinguieron los hombres? ¿Qué pasó realmente?
—Fue una mutación, señora, pero ocurrió muy rápido, igual que lo de la reproducción por partenogénesis de las mujeres. Aunque hay varias teorías que nunca se han probado.
—Ya. Entonces es posible que los muy cobardes salieran zumbando y se escondieran en alguna galaxia lejana, ¿no?
—La de la migración masiva fue una de las teorías al principio, pero...
—Ya me vale. Es lo que le conté a mi hija y acabas de salvarme el trasero, al menos por esta noche.
La comandante Flint puso los pies sobre la consola y se recostó en su asiento contemplando la inmensidad del universo. Al fondo a la derecha, una pequeña estrella rojiza centelleó lanzándole un guiño.