Llamémoslo coincidencia, pero el caso es que en el mismo día he venido a saber de la existencia del consorcio The Trust Project y del escándalo de Der Spiegel. Como no creo en las casualidades he decidido tomármelo como una invitación de las musas a reflexionar sobre el efecto que ambas piezas de información pueden tener en mi forma de ver el mundo. Otros ya se han apresurado a vaticinar que voy a perder la confianza en la prensa seria y que en mi delirio inducido por las fake news correré a votarle a la extrema derecha. Pero yo, que me conozco, no estoy tan segura, así que permítanme que discrepe y desde las filas de la masa aborregada a la que me adscriben explique lo que de verdad se me está pasando por la cabeza.
Pretender estar bien informada de todo lo que pasa en el mundo es una idea que deseché hace mucho tiempo como una fantasía megalómana. Además, no creo que haya un ente capaz de producir y hacer accesible a diario un dossier de prensa semejante ni cuerpo que lo resista. Tampoco tengo ninguna necesidad. El no saber con precisión qué se cuece en los mercados internacionales y otros centros de poder planetario no va a hacerme perder un negocio billonario o un país o la oportunidad de colonizar Marte. En el peor de los casos puede hacerme perder en algún concurso de la tele en el apartado de actualidad financiera internacional, pero ni ese riesgo corro porque no me he apuntado a ninguno.
Si prosigo cerrando el foco sobre los asuntos que tienen relevancia para mi “toma de decisiones informada”, que es algo que me exigen ahora los mismos que me presumen borrega, resulta que conocer el perfil de los votantes de Trump en un pueblo de trece mil habitantes en Minesota no tiene ningún valor. Eso no quiere decir que no me sienta estafada si, teniendo un interés genuino por las peripecias existenciales de esos individuos, descubro que el reportaje por el que he pagado es un invento. Pagar por mentiras cuando ya las tenemos gratis en internet es un lujo que muchos no nos podemos permitir.
Pero la primera decisión que tengo que tomar y de la que depende si escoro a España al caos o a la salvación es si pago por la verdad presunta que necesito consumir o si me tomo la trabajera de escarbar en la red hasta que encuentre algo de apariencia más o menos saludable corriendo el riesgo de equivocarme. Aquí es donde entra The Trust Project dándomela ya seleccionada, masticada y envasada con su sello de calidad y todo. La digestión la tendré que hacer yo, eso sí, y podrá ser más ligera o más pesada, pero tendré la certeza de que no me va a intoxicar. Y para garantizar la salubridad del producto que me quieren vender le dejarán la ejecución del control de calidad último a un algoritmo carísimo fruto de los desvelos de un grupo formado por una institución jesuita, los capitostes de los medios más influyentes, millonarios preocupados, Google, Bing y otros expertos en la verdad con mayúsculas.
Lo fascinante del caso es que el lanzamiento de su producto coincide con el momento en que se invierte la tendencia deficitaria del periodismo digital y hay cada vez más gente predispuesta a asignar más valor a una verdad de pago que a una gratis y que, puestos a pagar, prefieren hacerlo con garantías. Y hete aquí que ya hay muchas verdades perfectamente posicionadas y diferenciadas de las de la competencia con un marchamo de calidad indisputable y un logo resultón. Como estrategia empresarial es brillante, por no hablar de la visión que les ha llevado a acertar teniéndolo todo preparado y a punto justo cuando cambia la marea, pero a mi sigue sin conminarme a nada, si acaso me reafirma en la creencia de que un buen marketing es indispensable cuando se trata de materializar intangibles y que no hay nada más esficaz para asignarle valor a algo que atribuirle un precio.
Al final, seguiré haciendo lo de siempre, seguiré confiando en que la prensa local tiene más difícil darme gato por liebre respecto a lo que ocurre en mis cercanías, seguiré leyendo a algunos articulistas patrios que llevan mucho tiempo ayudándome a desenmarañar la realidad con sus análisis y de cuyo criterio he aprendido a fiarme, seguiré confiando en que probablemente hay más integridad de la que nos quieren hacer creer y tendré muy presente que fue otro periodista , no un algoritmo, el que descubrió la impostura en el semanario alemán y, sobre todo, que su nombre no es Santiago Abascal sino Juan Moreno. Todo esto lo puedo seguir haciendo gratis mientras dure y no me falten la paciencia, la pericia o el tiempo para sortear las trampas de la red. Y seguiré comprando ocasionalmente algún periódico solo por darme el gustazo y tomarme un respiro de tanta responsabilidad.
Publicado en La Provincia Diario de Las Palmas el 24/02/2019