Fantasías sobre la realidad y ocurrencias varias







domingo, 12 de abril de 2015

LA CONJURA DE LOS SOBERBIOS


La gente buena-buena es un coñazo. No estoy hablando de la gente que actúa con bondad aún en contra de su mejor juicio, ni de los buenos de panfleto, que no siguen criterios éticos sino consignas. Estoy hablando de una especie aún más desconcertante de personas cuya existencia es un desafío a todo el conocimiento que Darwin, Freud  y los seguidores de ambos han conseguido instaurar. Gente para la que el impulso a la cooperación, el respeto y el cuidado está no sólo automatizado sino que es el primero en activarse en cualquier situación y que obedecen al impulso con el flagrante abandono del que no puede hacer nada por impedirlo porque, entre otras cosas, no pueden.

Tienen además la asombrosa cualidad de dar por sentado que el mundo es como es porque no puede ser de otra manera y puesto que lo aman de todas formas ¿para qué alterarlo con mentiras? Porque la mentira, según su particular e insólita visión, no es sino una forma de injusticia acerca de algo o de alguien. Esto no quiere decir que sean afanados buscadores de la verdad ni que no sean susceptibles al engaño. Significa, literalmente, que no pueden mentir.

Este tipo de gente nos pone de los nervios. Nunca sabemos cómo catalogarlos porque no entran en nuestros esquemas. De entrada desconfiamos de sus intenciones porque sabemos que nadie en su sano juicio da algo a cambio de nada. Cuando comprobamos que realmente no está esperando nada lo calificamos de tontaina o le atribuimos algún rasgo neurótico de búsqueda de gratificación del tipo que espera el que ejerce constantemente de victima sacrificial. Pero al descubrir que no solo no espera sino que no necesita ningún tipo de reconocimiento nuestros esquemas se derrumban y empezamos a detestarlo.

Lo detestamos no solo porque hace que nuestras convicciones sobre el ser humano se desplomen, sino porque los nuevos estándares que impone sobre la condición humana nos parecen inasumibles, injustos y, sobre todo, poco prácticos. Nosotros los simples mortales, tenemos los automatismos orientados a la supervivencia individual y, no nos engañemos, todo lo demás viene detrás. La nuestra siempre es una lucha a brazo partido entre lo que nos dicta la conciencia y nuestros deseos, mientras que los buenos-buenos no tienen ni que pensarlo porque su conciencia y sus deseos están perfectamente alineados. Y por supuesto salimos perdiendo en la comparación con estos seres cuasi angelicales que nos hacen sentir como reptiles saliendo del lodo primigenio, con lo orgullosos que estábamos de haber llegado a la luna.

Esa cualidad de piedra en el zapato del devenir de esta humanidad orgullosa de sus logros los hace insoportables. Poco importa si han sido sus sacrificios altruistas los que nos han permitido ver un nuevo día a todos los demás y además nunca lo sabremos porque nunca nos hemos ocupado de ellos y de la relevancia que hayan podido tener. Nuestro objetivo ha sido siempre desacreditarlos primero e ignorarlos después, aunque sólo si su eliminación era más problemática que lo otro. Y si alguno consigue colarse en la historia ya nos ocuparemos, con el correr del tiempo, de que sea en algún subproducto de ésta, llámese libros de caballería, cuentos de hadas o nuevo testamento.

Lo importante aquí es no perder el norte y, hoy por hoy, nosotros hemos decidido que, en la vastedad del universo, la estrella polar marca lo que está arriba y no hay más vueltas que darle. Ayer era que la tierra era el centro del sistema planetario, pero eso era ayer, cuando éramos unos pobres ignorantes y levantábamos horóscopos buscando la iluminación.