No me malinterpreten. Esto en realidad es una guía
de lo que no hay que hacer si uno pretende dar con su media naranja y conservarla. Lo que ocurre es que el título
así no es tan largo y además sirve al propósito de despistar al hado, que es
muy cabrón, y siempre nos da dos tazas del caldo que no queremos.
1-Decidir sobre la marcha que la mirada que nos acaban de dirigir es
la de alguien con un resfriado. No necesariamente. Unos ojos brillantes y algo vidriosos pueden no
tener nada que ver con la gripe ni con la alergia primaveral. Ignoramos el
poder que tenemos sobre el ser físico de nuestra otra mitad. Lo que hay que
hacer es devolver la mirada de forma directa y confiada y no salir corriendo, a
menos que estornude.
2-Ignorar los acercamientos fortuitos. No hay que tratar a todo el que se acerca a pedir la
hora, o fuego, o unas señas como al que se acerca a pedir dinero. Puede que
incluso no pida nada, sino que ofrezca un comentario banal acompañado de una
sonrisa.
3-Confundir las “mariposas en el estómago” con una bajada de azúcar. Si cada vez que le ves notas un repentino vacío
entre el esternón y el ombligo no vayas a por un zumo, ni pidas hora en el
especialista, ni sigas buscando. El
poder de conmover las entretelas funciona en los dos sentidos.
4-Transmitir rechazo cuando en realidad es todo lo contrario. Justo después de tomarte el zumo te encuentras odiando
esos pantalones que no le hacen justicia o el pequeño tatuaje que luce te
resulta tan ofensivo como un grafiti sobre la Mona Lisa. En el fondo lo que te
molesta es el sabotaje a su belleza, pero eso tu otra mitad no lo sabe (puede que tú tampoco) y se
pregunta por qué de repente parece que quieras aplastarle como a una cucaracha.
5-Actuar con premeditación en vez de ser espontáneo. Cuando queremos decir: “un trasero tan estupendo se
merece otros vaqueros” deberíamos decirlo y no cambiarlo por: “has hecho ya la
declaración de la renta?” En serio, algunos convencionalismos sociales son
mucho más rudos que la mayoría de piropos de andamio.
6-No reconocer las señales. Apareció cuando menos lo esperabas, desde ese momento supiste que iba
a ser un incordio y de pronto te entran unas ganas locas de "sentirte libre" cuando en realidad siempre has hecho lo que te ha dado la gana. Entonces
decides que te mereces ese viaje con el que siempre has soñado y te vas a la
otra punta del globo. Pero el tirón sigue ahí y tu atribuyes el malestar al cambio de dieta.
7-Fingir que eres otra persona. Esto generalmente es mano de santo y a veces no
requiere ni ser consciente de que se está haciendo. El desconcierto está
prácticamente garantizado.
8-Malinterpretar los signos. Justo estabas pensando en esa persona cuando aparece
o llama por teléfono, eres capaz de ubicarla inmediatamente en un sitio
atestado de gente, la presientes con la misma facilidad con la que la rodilla
de tu abuela predice un cambio de tiempo. Y tú lo atribuyes todo a la
casualidad (que no existe) o a tu magnífico sentido del espacio (aunque te
pierdas dentro de tu casa) y te quedas tan ancho.
9-Convencerse de que el alma gemela no existe. A pesar de haberte sentido toda la vida como un
puzle al que le falta una pieza decides que la mitología no hay que tomársela
al pie de la letra, igual que la religión, que ya se sabe que a los dioses les
gusta gastar esa clase de bromas.
10-Miopía existencial crónica sin diagnosticar. Esto último es de hecho lo que posibilita todo lo
anterior haciendo que no veamos más allá de nuestras narices. Por eso conviene
chequear de vez en cuando que los ojos del alma funcionan. El tratamiento es a
base de fantasía y el único efecto secundario es un puntito de locura apenas
perceptible pero necesario, porque es lo que nos da flexibilidad y la capacidad
de no rompernos. Ya sé que da miedo. Ese es todo el problema.