Los sueños son importantes. No me refiero a los deseos fantaseados o a los proyectos pendientes de elaboración, sino a los que acontecen cuando transitamos la realidad de nuestra vida inconsciente profundamente dormidos. Paradójicamente, es cuando más despiertos estamos, si por estar despierto se entiende percibir el mundo tal cual es. Accedemos a un estado sin tiempo ni distancia, donde presente, pasado y futuro se entremezclan y se explican, donde aquí y allí están en el mismo sitio, donde somos uno y somos todo lo que está vivo, palpitando al unísono con las estrellas.
Nada pasa desapercibido, nada se esconde y lo inefable se muestra. Pero todo ese saber encriptado por el lenguaje de nuestro inconsciente sólo puede descifrarse aprendiendo el idioma de nuestro yo más profundo, conociendo nuestro interior porque en él están todas las claves y son las únicas que nos sirven.
Llegar a él no es fácil. El camino suele estar obstruido por deseos y miedos adquiridos que dificultan el acceso a la esencia de nuestro ser, nuestro ser genuino, original y único, de donde emana todo nuestro potencial de vida y felicidad. Pero ahí están de nuevo los sueños, indicando el camino, las encrucijadas y los callejones sin salida. Puede que necesitemos un zapador experto que nos ayude a identificar y dinamitar los obstáculos, pero lo hará siempre siguiendo el mapa que trazan nuestros sueños, la única vía posible para cada uno de nosotros.
Cuando conseguimos manejar las claves e interpretar correctamente nuestros sueños empezamos a sentirnos más cómodos en el proceso de existir, porque, lejos de sentirnos abrumados por realidades opuestas, las integramos en nuestro ser y en esa medida conformamos nuestro mundo. Un mundo en el que la creatividad y el amor encuentran despejado el camino a la superficie desde las profundidades donde bulle, indomable y vital, nuestra esencia.
Sobre mis sueños y el guia que he elegido hay mucho que contar
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