Leí hace poco un artículo en el que se equiparaba a los malos políticos con los parásitos que invaden un organismo y se nutren de él. Siempre me ha parecido un disparate fantasioso el establecer paralelismos entre lo que ocurre en la naturaleza y lo que ocurre en una sociedad, pero como tal disparate, tiene derecho a existir en este blog y a desarrollarse hasta sus últimas consecuencias.
Los malos políticos, en tanto que parásitos del sistema, pondrán mucho cuidado en mantener al que le hospeda en un estado de relativa salud por una cuestión de simple supervivencia. No le interesa matarlo en absoluto, de manera que a lo sumo podrá debilitarlo un poco, pero sin llegar a comprometer su existencia. Como modelo de partida no está mal, pero creo que ya estamos en otra fase del asunto.
En la naturaleza todo evoluciona y la sociedad no puede ser una excepción. La vida y las comunidades van recombinando su potencial para dar lugar a novedades genéticas o sociales, de manera que podría decirse que en esto hemos dejado atrás el parasitismo, el comensalismo y hemos terminado instalados en una relación simbiótica que lleva funcionando mucho tiempo.
Y es que estamos dispuestos a hacer la vista gorda a cambio de que otros se ocupen de los temas que nos conciernen. El mundo se ha vuelto muy complicado y nos abruma una multitud de cuestiones: la declaración de la renta y el inmenso corpus legal nacional e internacional, los conflictos de Oriente Próximo y los de las lejanas galaxias, los derechos humanos y los de las ballenas azules, el vandalismo del que te raya el coche y el terrorismo internacional, el tamaño del palo de la bandera de la Fuente Luminosa y las revueltas en el norte de África...
Nuestras pobres cabecitas amenazan con explotar con sólo imaginar por dónde empezar a desenredar la maraña de asuntos importantes que hay que resolver. De manera que delegamos (que no es ninguna insensatez) y nos desentendemos (que sí lo es) porque vivimos más tranquilos no sintiéndonos responsables de nada de lo que pasa de nuestra puerta para afuera.
En una relación simbiótica ambos organismos se benefician, así que podría parecer que ninguna mejora es requerida y que esto es todo lo que da de sí el modelo, pero todavía pueden suceder más cosas. Igual que ocurren las mutaciones genéticas puede darse una mutación inconsciente en los elementos de esa sociedad, pueden surgir individuos que piensen distinto, capaces de discernir lo que les concierne de lo que no, capaces de entender que forman parte de una comunidad y que el avance es de todos o de ninguno, capaces de asumir la responsabilidad de su vida y de cómo sus decisiones afectan a su entorno. Individuos que no necesiten del servicio de ningún mal político y que sean capaces de rechazarlo y desplazarlo.
Cada vez hay más gente concienciada de la necesidad de cambios profundos y, como diría Averroes, en la naturaleza no hay despilfarro. Es solo cuestión de tiempo que estos individuos más evolucionados empiecen a dejar su impronta. Esa es la buena noticia. La mala es que el modelo no explica de cuánto tiempo disponemos antes de que nos vayamos todos a hacer puñetas en una fiesta desquiciada y con los fuegos artificiales más caros de la Historia.
Una reflexión clarividente al comienzo de una época de profundos cambios socio-económicos.
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