Fantasías sobre la realidad y ocurrencias varias







martes, 25 de septiembre de 2012

CUANDO LOS NUMEROS CANTAN, NORMALMENTE DESAFINAN

La frase que da título a esta entrada no es mía, ya quisiera, pero a pesar de lo mucho que me gusta por lo atinado de su sentido el tener que recurrir a ella implica que una estridencia ha conseguido hacerse notar.
Es lo que ha pasado cuando me he dado un garbeo por la sección cultural de la edición digital de La Provincia del 25 de septiembre de este año en que, dicen, se acaba el mundo. Ahí se anuncia a bombo y platillo (con permiso de los percusionistas de nuestra querida orquesta capitalina), que la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria vuelve a superar los 1000 abonados. Eso, en una ciudad de más de 380.000 habitantes, según las cifras del Instituto Nacional de Estadística para el año 2010.
El artículo se abre con el siguiente enunciado: "La OFGC, que preside el consejero de Cultura y Patrimonio Histórico y Cultural del Cabildo de Gran Canaria, Larry Alvarez, ha superado ya la cifra de 1000 abonados para la actual temporada 12-13". La noticia sigue enumerando las ventajas que supone el abono y elogiando el buen hacer de nuestra orquesta. De paso, recalca que "vuelve" a superar esa aparentemente infranqueable barrera de los 1000 (dando a entender que en algún pasado remoto y sin crisis estábamos por encima) y que hay expectativas de que la gran demanda nos lleve a cotas inmanejables de filofilarmónicos.
Me alegro de no estar en el pellejo del consejero de tan redundante consejería cabildicia, porque si lo estuviera tendría que correr a esconderme bajo un muy histórico y patrimonial adoquín de nuestro ilustre barrio de Vegueta tras la pertinente comparación entre número de abonados y número de habitantes de la capital. No le reprocho que pretenda arrayarse un millo, porque es político y es lo que tiene que hacer, lo que no llevo tan bien es que pierda de vista la partitura y dé una campanada cuando le parezca, dejándonos a todos desconcertados y sordos al resto de la melodía.
Pero como el universo necesita su equilibrio y nada queda sin compensación me entero en la misma sección de que el mismo Cabildo que perpetra noticias tan discordantes ha propiciado un ciclo de conciertos de órgano en la isla tras haber financiado la restauración de algunos de estos maravillosos instrumentos. Así que ahora resulta que un mago de Valleseco (que probablemente hable mejor que usted y que yo, ojo) va a tener el lujo de poder extasiarse con la música sacra del barroco sin que nadie lo contabilice y encima de gratis. En fin, que cada cual marche al ritmo de su propio tambor, si es que consigue escucharlo entre tanto ruido.

jueves, 6 de septiembre de 2012

VINE, BEBÍ Y VENCÍ

Las paradojas de la vida vienen a ilustrar perfectamente que el mundo es redondo, y que cuando más distancia ponemos de por medio llega un momento en que en vez de alejarnos, regresamos. El reencuentro con lo que había quedado atrás siempre nos pilla desprevenidos, de ahí el desconcierto. Simplemente, no atinamos a comprender que las vueltas que da la vida no es sino una metáfora poco precisa. En realidad las vueltas las damos nosotros, mientras la vida, el mundo y el universo se ocupan con parsimoniosa monotonía de sus cosas. Cosas triviales y sin importancia, como mantener los ciclos de las estaciones y respetar la ley de gravitación universal.
 
Mientras tanto, nosotros, libres para volar tras cualquier quimera y explorar otras dimensiones, nos encontramos invariablemente con más de lo mismo a la vuelta de cada esquina. El que la experiencia sea un chasco morrocotudo o una revelación útil depende de cómo se perciba esa realidad y de nuestra capacidad de fantasear con ella. Porque a la postre, es nuestra creatividad la que conforma nuestro mundo, colorea nuestros sentimientos y lo que nos redime.
 
Por eso, cuando hace unos días probé un fantástico vino de Castilla y León en una taberna de Ginebra, tuve que hacer el esfuerzo consciente de transformar la aparente derrota en una victoria incontestable. De manera que allí estaba yo, en el Boulevard du vin, con mi colega norteamericana Robyn esperando que llegaran los demás compañeros del trabajo y con la tarea asignada de elegir un vino. Decidí hace tiempo que los dueños del bar conocían su oficio y si habían puesto en la carta ese caldo podíamos arriesgarnos con él. También había probado hace cosa de un año un vino de la región que no me había decepcionado en absoluto, así que pedí una botella de Villalar. Recuerden ese nombre si saben lo que les conviene.
 
No solo estaba delicioso y espectacular sino que al día siguiente me encontraba como una rosa después de haberme soplado media botella de vino acompañada de unas lonchas de embutido y unos tacos de queso cuya única función era realzar su sabor, no llenar el estómago.
El caso es que todo me pareció muy surrealista en un primer momento y me resistía a aceptar que Ginebra, precisamente, tuviera algo que aportar a mi ilustración sobre los vinos españoles. El creciente entusiasmo de mi colega norteamericana iba, por su parte, haciendo añicos otro estereotipo muy bien instaurado en las creencias populares: el de que los yanquis no saben comer y mucho menos beber. Una lectura rápida de la paradoja habría sido: "te has tenido que venir a Suiza para disfrutar un vino que te habría costado la tercera parte en tu casa, enhorabuena, campeona, y para más inri, una bebedora compulsiva de Coca-cola te felicita por la elección, chúpate esa mandarina".
 
Lo único que podía hacer para evitar el bochorno existencial era recrearme en la idea de que, tal vez, si no me hubiera venido a Ginebra, nunca habría tenido la oportunidad de descubrir ese vino y nunca habría podido compartir esa revelación con alguien tan en las antípodas de mi cultura de olores y sabores como lo es Robyn. Si eso no es un triunfo, que baje Dios y lo vea.
 
Para rematar el asunto, ayer me entero por una amiga de Las Palmas, de que el gobierno va a dar unos 600.000 euros de subvención para promocionar el consumo de vino español dentro de nuestras fronteras. La verdad es que el anuncio no podía ser más oportuno. Si en algún momento tuve la tentación de verme interpretando el rol de "emigrante bebiendo con nostalgia un vaso de vino de la madre patria", ahora ya no corro ese peligro. Me siento más bien como Agustina de Aragón y me regodeo en mi papel de heroína dispuesta a beber todo lo que haga falta para levantar el país. Señor Rajoy, cuente conmigo para arrimar el hombro y empinar el codo. Salud.