Hay que reformular el IPC y dejarse de pamplinas. Y no estoy hablando de tener en cuenta o no tales o cuales productos, ni de usar subíndices según convenga. Estoy hablando de reformular el concepto, porque lo que da la verdadera medida de lo gravosa que le resulta la existencia al ciudadano no son los precios de la cesta de la compra sino las imposiciones, prohibiciones y castigos de dudosa necesidad a los que tan proclives son nuestros gobernantes.
En el coche nos imponen los triángulos de señalización de averías, los chalecos reflectantes y las carísimas sillas (las que hagan falta, según edad y peso) de los niños. En nuestros hogares nos imponen la señal digital y nos obligan a adquirir uno o más decodificadores. No me digan que no es un negocio redondo para un fabricante de estos artilugios el que un Estado obligue a todo el mundo a usarlos. En nuestras calles nos obligan a pagar por aparcar en ellas, cuando ya pagamos el impuesto de circulación, entre otros.
La zona azul se ideó para agilizar la rotación de los vehículos estacionados en zonas de mucha afluencia, no para generar unas perrillas extra a los ayuntamientos y mucho menos como excusa para crear una empresa pública que la gestione y encima pretender que tenga beneficios. Se pasa con una facilidad pasmosa del “vamos a mejorar el problema del aparcamiento”, por ejemplo, al “vamos a hacer caja” y se olvidan de cuál era la idea de fondo.
Lo que eufemísticamente se llama voracidad fiscal de la administración (por los estudiosos del tema) y en ocasiones afán recaudatorio (por los de la oposición, cuando quieren parecer indignados y leídos) evidencia una total falta de escrúpulos y de gestión eficaz de los recursos. Habría que llamarlo directamente rapiña si no fuera porque lo que hay detrás de esta actitud me temo que no sea auténtica maldad sino pura estupidez, que casi es peor, porque al malvado te lo ves venir, en cambio el otro te desconcierta con sus bandazos porque ni él sabe a donde va. En cuanto no les salen las cuentas, de donde primero tiran es de la cartera del ciudadano, y si no, véase la subida del IBI en Las Palmas de Gran Canaria.
A lo que todavía le estoy dando vueltas es a lo de la ley del tabaco, no acabo de ver dónde está el posible beneficio económico. Puede que ya hayan inventado el cigarrillo “ecológico” y estén preparando el terreno. O puede que sea una forma más de manifestar la prepotencia y el sadismo de los poderosos: “prohíbo porque puedo y te jodes”. Y que no vengan a decirme que los camareros pueden enfermarse. No hasta que también prohíban trabajar en el fondo de una mina por ser insalubre. Claro que, si les permitimos eso también, habrá que descatalogarnos como Homo Sapiens y buscar otra denominación más acorde con nuestro limitado existir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario