Tradicionalmente en China la veneración a los ancestros y el respeto a los ancianos suponía, más que un deber moral, un imperativo vital. El no ocuparse de los ascendientes podía acarrear un mal karma de los que duran varias vidas. Pues bien, parece que el nuevo capitalismo que está surgiendo con fuerza allí es lo bastante poderoso como para alejar el fantasma de tener una reencarnación chunga.
Resulta que los ancianos están empezando a verse desatendidos, emocional y físicamente, y el gobierno está estudiando obligar por ley a sus ciudadanos a atender adecuadamente a sus mayores.
Su política demográfica iniciada en 1979 (un solo hijo en zonas urbanas y dos en zonas rurales) acaba de explotarle en las narices. Y es que es más fácil ocuparse de los mayores cuando hay varios hermanos que cuando hay sólo un descendiente. Si a esto le sumamos que, estadísticamente, este único descendiente trabaja demasiadas horas al día y que se trata de un hombre (los abortos de fetos femeninos practicados en los 80 pasan factura), las probabilidades de que se dedique con esmero al cuidado de sus ancianos son más bien escasas. Así, el gobierno, sin recursos para atender a su población envejecida, se plantea muy seriamente recurrir a esa ley.
Menos mal que aquí en España tenemos un Estado democrático y descentralizado que ha producido una fantástica Ley de Dependencia que se encargan de aplicar armoniosamente sus 17 Comunidades Autónomas y no tenemos que soportar que un tirano venga a decirnos cómo vivir nuestras vidas.
Además también tenemos una primorosa ley para la conciliación de la vida familiar y laboral escrupulosamente respetada por el sector público y privado y un sinfín de políticas de género que garantizan la igualdad de las mujeres en todos los órdenes de la vida.
Ah, y proporcionalmente también tenemos más mujeres. Por eso da igual si todo lo anterior no funciona.
Dedicado a todos los hombres y mujeres que cuidan amorosamente de los suyos.
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