Mis meses favoritos son junio y diciembre. Me gustan las Navidades, su colorido rojo y verde, su olor a abeto y los villancicos de Frank Sinatra. Y me gusta el comienzo del verano, con su tiempo apacible, sus tardes de playa y la noche de San Juan. Pero son también las épocas más conflictivas del año. La familia en diciembre y la campaña de la renta en junio compiten por ver cuál causa un estropicio mayor en la tranquilidad colectiva.
Paradójicamente, no tener familia por la que preocuparse ni rentas de las que ocuparse supondría una indigencia afectiva y material más angustiosa todavía. Podría darse el caso de que la familia no diera quebraderos de cabeza y que un administrador diligente se encargara con eficacia de nuestros bienes. Cuando esto sucede no queda otra que admitir que los Reyes Magos existen y que son los padres, lo cual dice muy poco en nuestro favor a menos que tengamos ocho o nueve años.
Superar estas dos épocas del año con gallardía, a parte de confirmar el potencial mágico atribuido a estas fechas, se convierte así en la prueba más auténtica de adultez lograda y de éxito en la vida. Lo demás, son anuncios para vender coches.
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