Fantasías sobre la realidad y ocurrencias varias







sábado, 11 de junio de 2011

LA PARRILLA DE LAS VANIDADES

Desde que mi madre perdió el sentido del olfato a causa de la gripe tengo el ego por los suelos. No ser capaz de oler nada, a parte de ser un peligro, es un agravio despiadado para el talento culinario de quien se encarga de cocinar en una casa, y esa no es otra que la que suscribe, al borde del colapso creativo por culpa de una tupidera de nariz. Y si todos mis comensales se reducen a la dueña del apéndice taponado, se entiende que mi vanidad sufra la ausencia de elogios y muestras de deleite habituales. Si a esto sumamos que mi contribución material a la vida doméstica se limita a cocinar se comprenderá también la pérdida de sentido existencial que experimento cada vez que entro en la cocina.
Por mucho que me esmere no consigo sino algún que otro comentario amable sobre la textura de las viandas o el colorido de los platos. Es como componer música para alguien que está como una tapia y que te diga que el concierto se ve muy bien en la partitura. No es frustrante, es devastador. Y ha sido de esta manera tan peregrina como he sido dolorosamente consciente de un divismo que no sabía que tenía y, más tarde, del verdadero sentido de la frase “me debo a mi público”. Y es que, más allá del aplauso o la crítica de los otros, más allá de lo que deseamos o tememos de ellos, lo que necesitamos para sentirnos completos es, simplemente, a los otros, alguien con quien compartir lo que de valor podamos tener. Da igual si es un poema excelso o unas lentejas con chorizo. En cuanto a mí, tendré que conformarme con que no me sermonee por el pestazo a tabaco que voy dejando por toda la casa y empezar a esmerarme con la poesía.

1 comentario:

  1. ¡Exquisito! Y exquisita, 1. adj. De singular y extraordinaria calidad, primor o gusto en su especie.

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