Fantasías sobre la realidad y ocurrencias varias







domingo, 6 de marzo de 2011

UNA TARTA EN LA CARA

Después de tres días de machaconeo y advertida de que del domingo no pasaba, mi madre ha conseguido por fin encasquetarme su mascarilla de yogur, miel, huevo y limón. Previamente, he tenido que exfoliarme el cutis con una mezcla de azúcar y aceite de oliva que ha sido como rasparme la cara con papel de lija del 5 y que casi me ha hecho desear ponerme el pringue cuanto antes para que la piel me dejara de arder.
Sucede que detesto el yogur, y desde el momento en que el mejunje infame fue a parar debajo de mi nariz y alrededor de mi boca ya no me atreví a abrirla para protestar. Mi madre, mientras tanto, insistía en que relajara las facciones y disfrutara de la experiencia. Intenté hacerlo, pero tenía la cara contraída en una mueca de asco y la boca cerrada a cal y canto, con lo cual me veía obligada a respirar por la nariz y cada vaharada de  yogur le mandaba a los músculos de mi rostro la orden de presionar los senos nasales con todas sus fuerzas.
Mis orejas no podían contribuir al esfuerzo debido a que luchaban por escurrirse hacia la nuca, porque mi madre, en su intento de hacerme más llevadero el trago, me sintonizó en la radio la emisora de música clásica justo cuando estaban emitiendo una selección de lieder. Casi hubiera sido menos cruel ponerme la retransmisión del partido de fútbol, que siempre ha sido mi terror del domingo por la tarde y ya estoy acostumbrada.
-Y ahora te quedas aquí, relajadita, descansando durante veinte minutos.
-Mmmmpf, gnn?- pregunté con los ojos cerrados mientras tocaba mi reloj de pulsera y a continuación la señalaba a ella.
-Sí, yo te aviso. Ya verás lo bien que te vas a quedar, deberías hacértelo una vez al mes por lo menos.
-¡Mmmmmg!
-Aunque lo ideal para ti, con todo lo que te has descuidado, sería cada quince días.
-¡¿Gnn?! ¡Mm! ¡Mm! ¡¡Mm!!
Al cabo de una eternidad aquello empezó a secarse y me arriesgué a separar los labios.
-¿¡Cuánto falta!?
-¡Llevas cinco minutos!
Entonces me di cuenta de que no tenía más remedio que relajarme. Empecé a fantasear y a divagar mientras reprimía el impulso de ponerme a contar los segundos. Entre otras cosas porque llevar mentalmente la cuenta del tiempo resulta muy complicado cuando alguien te está cantando en alemán. Por muy dulce que sea la melodía, el idioma se me queda atravesado en alguna parte entre las orejas y el corazón, de manera que se embotan a un tiempo la sensibilidad y el juicio. En esas circunstancias lo único que cabe es abstraerse completamente en un ejercicio mental supremo equivalente a una olimpiada zen. Es en esas cotas elevadas donde uno capta lo esencial del momento y donde se revela la verdad. Y la verdad es que, visto lo visto, debo de querer mucho a mi madre.
Cuando por fin el agua caliente me libera del tormento, el espejo me devuelve la imagen de un rostro muy recuperado y otra verdad incontestable: que mi madre tenía razón y que me lo recordará mientras viva. La verdad os hará libres, dicen. A mi me ha liberado de perder el tiempo discutiendo y al final salgo ganando. Con tarta en la cara incluida.

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