Buscando en internet una cita que no conseguía recordar con exactitud me topé con una atribuida a Einstein que me hizo recordar una anécdota familiar.
Un día uno de mis tíos, papel y lápiz en ristre, le pidió a mi abuela que le diera la receta de las torrijas. Ella, complaciente, empezó a desgranar su saber culinario como quien narra un cuento: “Coges un huevo, lo bates, le pones media tacita de harina, vas amasando, amasando, amasando y le echas un poco de leche sin que la mezcla se haga demasiado líquida. Luego le pones un poquito de matalahuga, una pizca de sal, otra de azúcar y apenitas de levadura, lo mezclas bien y cuando esté el aceite bien calentito vas poniendo y vas friendo.”
Mi tío me explicó que lo había dejado por imposible porque no hubo forma de averiguar a qué equivalía la pizca, el poco, el poquito y el apenitas. Que ni siquiera la media tacita era fiable porque no sabía a cual de todas las tacitas se refería y que la única cantidad que tenía clara era la de los huevos, coño ya.
Mi abuela no era una mujer malvada, más bien todo lo contrario. Además podía haber usado las medidas del sistema métrico decimal con total precisión, que para eso había sido maestra nacional toda la vida. Puede que, después de muchos años viviendo, uno aprenda a simplificar y a reconstruir el mundo a su medida, aprende a depurar la realidad de todo lo superfluo hasta que se queda con la esencia misma de la cosa y la nombra con aquella palabra que mejor resuena con la manera que tiene de captarla su sensibilidad.
Supongo que cuando se empieza a entender que las proporciones son más importantes que las cantidades y que el equilibrio y el orden son lo esencial, es cuando se empieza realmente a comprender. Puede que entonces los demás empiecen a no entendernos, pero ese es su problema.
Ah, la cita que buscaba no la encontré, pero la de Einstein es ésta: La naturaleza esconde su secreto porque es sublime, no por astucia.
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