Fantasías sobre la realidad y ocurrencias varias







domingo, 2 de julio de 2017

LA ETICA DE LA PICONERA







No hace mucho me embarqué en un curso online sobre ética de la Universidad de Lausana, creado por dos miembros de su facultad de empresariales y económicas, uno profesor de ética empresarial  y el otro de teoría de decisiones. El título del curso era Unethical decision making in organizations. Parecía interesante y me moría de curiosidad por saber a qué clavo ardiendo se iban a agarrar los directivos de las organizaciones en un mundo devastado por la codicia sin escrúpulos que la “nueva economía” nos legó. Un páramo ético donde ni las flores del mal osan brotar porque hasta para ser malo, lo que se dice malo, hace falta inteligencia y ponerla al servicio de los valores contrarios a los que proclamamos como buenos. Y algo de eso hay, pero la mayor parte del problema es fruto de la inconsciencia, sabiamente explotada por los malos de verdad.


El huracán de capitalismo salvaje que se desató en los ochenta (la única regla era que no había reglas, ¿se acuerdan?) mandó a paseo los valores y se centró en la estrategia de ganar dinero a cualquier precio. El colapso de este desenfreno llegó allá por 2009 y todavía no nos hemos recuperado. Hasta aquí la nota histórica, por si me está leyendo algún menor sin filtros parentales.


Hoy se ha invertido la tendencia, lo de hacerse asquerosamente rico de la noche a la mañana y pregonarlo con orgullo ya no se lleva, ahora vuelve a estar de moda la modestia y lo que se busca de cara a la galería (porque de puertas adentro sigue siendo el dinero) es respetabilidad. Cualquier organización que se precie, a parte de una visión y una misión, tiene que tener una política de responsabilidad social, aunque se limite a patrocinar al equipo de balonmano del barrio, el caso es ser percibido como un benefactor de la comunidad y hacerse perdonar lo de ganar dinero, que ahora es de muy mal gusto y sólo lo hacen los criminales.
En un contexto así urge encontrar la forma de evitar a toda costa la mala imagen que un fraude, malversación, abuso o enchufismo puede acarrear, pero como los humanos somos como somos y no tenemos remedio -al menos en el corto plazo(*)-  la solución pasa por blindar a las organizaciones con un sinfín de protocolos, medidas, contramedidas, decálogos, comités y auditores contra las decisiones desacertadas de los mismos humanos que las manejamos. El mecanismo no es nuevo, se llama burocracia y está comprobado que funciona. De una manera perversa, pero funciona. Aunque sólo sea por la dificultad añadida de tener que sortear todo el laberinto administrativo.
Pero me estoy desviando. Las organizaciones, por mucho que les demos una personalidad jurídica, un número de identificación fiscal, estatutos y decálogos éticos no tienen alma. Ni sienten ni padecen ni se avergüenzan de su comportamiento. La ética solo atañe al ser humano, al que toma las decisiones, correctas o incorrectas, a sabiendas o no. Y es aquí donde reside la novedad en el enfoque que el curso preconiza. Un enfoque que todavía me tiene perpleja. No soy capaz de decidir si es un producto de la psicología new age, cargado de comprensión y amor universal, o un intento sibilino de excusar lo inexcusable y echarle la culpa al sistema (chivo expiatorio de primera opción allá por los setenta, cuando la crisis del petróleo y el reflujo de los sesenta dejaron al descubierto los estropicios de un desarrollismo mal planificado).
El curso pretende alertar sobre cómo el contexto de la organización (con la fuerte presión que puede ejercer) y la estrechez de miras pueden llevar a personas honestas y con principios a actuar de forma poco ética. El énfasis se pone no en las “manzanas podridas” sino en las sanas y explica divinamente las mil y una formas en las que éstas se pueden malear. Desde el miedo a las represalias hasta el efecto perverso de las rutinas pasando por la presión de los pares y el mismo estrés, ejemplificado con famosos estudios de psicología y sonados casos empresariales, todo se reduce a explicar cómo surge lo que ellos denominan ceguera ética.
Hasta aquí todo muy bien. El problema lo tengo en la forma de tratar un caso de corrupción bajo este enfoque. Y es que el concepto de ceguera ética me parece sumamente peligroso, por mucho que sea acertado. Convendría buscar otra manera de llamar a la causa de tales errores, de otra forma lo que se propicia es eludir la responsabilidad con el apoyo impagable del lenguaje y su carga emocional.
Porque no es lo mismo decir  “te has portado como un sinvergüenza” que “has sufrido un episodio de ceguera ética” o mejor todavía: “eres VICTIMA de un caso severo de ceguera ética”, que podría llegar incluso a un “perdónanos por haberte forzado a traicionar tus valores, toma tu indemnización, tu incapacidad permanente por enfermedad profesional, una pluma de regalo y no nos demandes, por favor”. Y aquí lo único que ha pasado es que la organización no ha sabido prever o corregir las anomalías y el causante del estropicio se queda tan ancho y se va cantando aquello de  por tu culpa culpita yo tengo negro negrito mi corazón…


(*) lo que dura una legislatura (cuatro años) o la revisión del interés de la hipoteca (un año), horizontes temporales que no dan ni para empezar a enseñar a hablar a un niño con propiedad, conque quítame allá lo de transformarlo en ciudadano si no lo trae aprendido de casa cuando se incorpora a la polis



No hay comentarios:

Publicar un comentario