Percibir la realidad como un sin dios en el que sobrevivimos de puritito
milagro es algo muy desazonante. También es el producto de una mente que está
diseñada para categorizar y fantasear al mismo tiempo. Tal vez por eso el dicho
de “escapamos locos”, que se aplica a situaciones donde ha operado ese poder
inefable de evitar un estropicio épico, tenga que ver con la sospecha de que la
fantasía exacerbada y dañina solo puede combatirse con otra igual de potente
pero de signo contrario.
Da lo mismo si se trata de una fe o de una buena teoría de la conspiración,
el caso es mantener la ficción que nuestro lado categórico y racional demanda:
que alguien está a cargo, para así poder librarnos de la responsabilidad que
implica el ser conscientes todo el tiempo de que cada decisión que tomamos, por
trivial que parezca, no es sino una manera en que operamos sobre la realidad,
construyéndola y dejando nuestra impronta en ella.
Esa es una carga muy pesada para un simple mortal. Además, para esa tarea
ya inventamos (es un decir) al titán Atlas, que desde que tenemos memoria se
viene ocupando de mantener el cielo y la tierra convenientemente separados, que
no desconectados, e incluso nos damos el lujo de mandarlo ocasionalmente a por
uvas o manzanas de oro, según tengamos el día, cada vez que nos viene en gana
medir nuestras fuerzas con los dioses.
Y es que los doce trabajos de Hércules no son nada comparado con lo que
tenemos que bregar día a día en el aquí y ahora. Integrar la dualidad y superar
el conflicto aparente entre realidad y fantasía, (o entre materia y energía, o
entre cuerpo y alma… you name it) requiere despojarse de la convicción de que
somos un subproducto de las circunstancias y asumir que ya somos la prueba
viviente de esa integración. Ulises no dudó un momento de sí mismo y burló a
más de un dios. Y todo cuanto tenía era un cerebro de serie (como el nuestro) y el sueño de volver a casa.
Ítaca puede ser cualquier cosa y en cualquier parte, nosotros lo decidimos.
Como también decidimos si esto es el destierro en el consabido valle de
lágrimas, o una odisea, o un paseo por el parque a la espera de la próxima
reencarnación. Puestos a fantasear (y a elegir, que es de lo que se trata), me
pido ser La Dama de Aldebarán, con poder para expulsar demonios y confundir
auditores, patrona de las causas borrosas y los cirujanos plásticos, comandante
en jefe de las walkirias, mediadora de conflictos interplanetarios y protectora
de las macetas de hierbahuerto. Ea. Y que alguien me diga que no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario