Mañana es el día de la Constitución y la verdad es que no estamos para celebrarlo. Aún así sacarán a pasear la banderita, a las cabezas coronadas y a los militares y políticos que estén de guardia para el evento. Pero la pantomima ya tiene tufo de escarnio, de mofa cruel y de sacrilegio.
Porque lo que corresponde hacerle a la Constitución no es esa mierda de fiestita de cumpleaños con payasos de tres al cuarto sino un funeral digno. O un exorcismo, no lo sé, porque el caso es que hace tiempo que se murió pero va por ahí como alma en pena haciéndonos creer a todos que sigue viva sólo porque está formalmente vigente y eso crea mucha confusión en el mundo de los vivos. Tanta, que creemos que podemos seguir reclamando los derechos consagrados en ella, o seguir apelando a la justicia para que los defienda, o intentando cambiar las cosas por la vía de la iniciativa popular.
No. Tenemos que aceptar que se ha ido para poder hacer un duelo en condiciones y aprender (o recordar) cómo vivir con esa ausencia. Pero no podemos hacer nada de eso con el fantasma de la Constitución planeando sobre nuestra realidad, porque no es sino un espejismo que hará que fallezcamos todos en el desierto rumbo a ninguna parte. Yo esta noche le encenderé una vela, como se las encendía mi abuela a las ánimas del purgatorio por si cuela, porque ahora mismo sólo tengo a mano las supersticiones de la Iglesia Católica. Mañana buscaré la dirección de Human Rights Watch y me sentaré a escribir una carta denunciando al Estado español por incumplimientos varios y esa será mi "celebración".
No hay comentarios:
Publicar un comentario