Se nos ha inculcado, desde que el mundo es mundo, que los reyes tienen un algo divino. Son reyes por la gracia de Dios, el rey y la tierra son uno, sus manos sanan, o por lo menos curan la caspa, que diría el muy irreverente y anti monárquico Terry Pratchett.
A falta de un Dios en el que creer y confiar nos encanta la idea de un sustituto de carne y hueso que encarne las virtudes que se le atribuyen al otro: sabiduría, justicia, poder, benevolencia y, como no, la capacidad de obrar prodigios.
Debe de ser por eso que aún toleramos en Europa una institución con la que no ha conseguido acabar ni la Revolución Francesa ni la democracia ni el psicoanálisis. Pero ahí están, simbolizando todo lo que el más florido cuento de hadas es capaz de proveer, alimentando nuestra necesidad insaciable de mitos y leyendas, de magia y de trascendencia. Y además reforzamos el artificio haciéndolos inimputables, colocándolos por encima del resto de los mortales frente a la justicia de los hombres.
Al final, en la época moderna, es sólo cuestión de suerte el que esa especie de gólem que hemos creado sea más o menos adecuado a los tiempos que le toca vivir. Lo mismo puede resultar un borrachín botarate que un tipo capaz de abortar un golpe de estado. Aunque con el correr del tiempo el botarate puede acabar convirtiéndose en un respetable monarca y el héroe del Tejerazo en un matón de elefantes indefensos. Lo cual nos lleva a la cuestión de fondo, que no es otra que los reyes son nada más y nada menos que hombres. Unos aprenden de sus errores, otros no y todos envejecen con más o menos tino.
Pero, oh fatalidad, resulta que la cosa se ha puesto tan negra que ya no creemos ni en Dios ni en cuentos de hadas y los españoles vemos a la monarquía como un problema más, por si ya había pocos. Puede que no sirva de nada el órdago que ha lanzado nuestro rey, porque, la verdad, a mí no me interesa saber en qué se gasta los cuartos la familia real, ni que terminen condenando a una parte de ellos, a mí, que en el fondo soy una romántica, lo que de verdad me pondría es que nuestro rey retara en torneo a los malos -que sabe quienes son- y les obligara a dejar de estar jodiendo a los españoles.
Uf!!! pues esa conclusión yo comparto. A ver si se le ocurre volver a mandar callar a algunos y enchironar a los que ya sabemos quienes son, los piratas, que para eso es rey por la gracia de sus genes.
ResponderEliminarGracias por el comentario.
EliminarMe he quedado sin saber quiénes son los malos. Será porque no soy rey...
ResponderEliminarLos enemigos del reino, los dragones y las brujas que envenenan manzanas. Está clarísimo.
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