Tengo una amiga muy sabia que dice que el secreto de una vida feliz consiste en tranquilidad y buenos alimentos. La mejor traducción al román paladino que he oído en mi vida del tradicional mens sana in corpore sano, sin pedantería y directo a la sesera. Además carece de cualquier resonancia atlética, que lo hace todavía más fácil de asumir para los que no estamos dispuestos a correr ni para coger la guagua.
Lo malo es que, por simple y clara que sea la receta, a la mayoría nos cuesta muchísimo mantener el cuerpo y la mente libres de toxinas. Y no se trata solo de poner voluntad y cuidado, es que cuesta una pasta, porque ni un buen psicoterapeuta ni una dieta sana son lo que se dice baratos. Lo que me lleva a otro dicho de otra amiga igualmente sabia que reza la buena vida es cara, la barata no es vida, otro acierto que no tiene discusión, se mire por donde se mire.
Pero al mismo tiempo, cubrir estas dos necesidades básicas tiene un efecto catastrófico para el sistema, por eso la Seguridad Social no se encarga de promover la salud mental, que es lo que le correspondería. Una mente verdaderamente sana es inmune al consumismo exacerbado en que se basa todo el tinglado y acaba generando un metabolismo eficaz que impide enfermar al cuerpo. Y a ver cómo nos colocan entonces el último cacharro tecnológico o la última vacuna contra la última gripe. ¿Mente sana? ¿Estamos locos o qué?
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