Cuando el mundo se nos aparece del revés sólo tenemos dos opciones: el desconcierto o hacer el pino. La última no lo soluciona del todo, ya que nuestra vista apunta en una dirección y nuestras manos en otra, de manera que nos vemos obligados a contorsionarnos para no avanzar de espaldas al objetivo o a ir irremediablemente hacia atrás.
En nuestro estado del bienestar resulta que la administración se dedica a financiar proyectos filantrópicos dentro y fuera de nuestras fronteras al tiempo que empieza a proponer el copago en sanidad y la privatización de servicios públicos. No es que se haya olvidado la distinción entre lo público y lo privado, es que ya ni siquiera parecen tener claro sus actores el ámbito de cada cual. Y eso es grave
¿Cuándo y cómo empezó a distorsionarse todo? ¿Cuando los poderes públicos facilitaron la institucionalización de movimientos sociales de solidaridad porque les liberaba de alguna carga? ¿O fue cuando los ciudadanos toleramos que estos mismos poderes públicos se inmiscuyeran en nuestras conciencias y bolsillos premiando determinadas actuaciones?
Tal vez, cuando aparecieron las deducciones en la declaración de la renta por donativos a ciertas entidades deberíamos haber dicho “no, gracias, dediquen ese dinero a evitar que yo tenga que hacer donativos a la Cruz Roja o a Cáritas Diocesana, dedíquenlo a promover las condiciones para que ninguna de esas dos entidades sean necesarias, limítense a cumplir con su mandato constitucional, en definitiva, que de mis asuntos privados ya me ocupo yo”. Pero claro, aceptamos la rebaja encantados y sintiendo que nos compensa de los fallos del sistema, que lo mismo nos deja sin profesor al niño un mes que nos obliga a pagar unas tarifas de teléfono abusivas, por poner solo dos ejemplos.
Y en este acuerdo tácito de compensaciones y contorsiones se olvida el pacto originario y esencial, el contrato social de Rousseau, por el cual cedemos el poder a cambio de garantías de nuestros derechos, no a cambio de pequeñas y oportunas dádivas que individualmente poca cosa remedian y que, lejos de aportar algo al estado del bienestar, sólo consigue mermar sus recursos.
De pronto nos encontramos un buen día con que la ONG de nuestra elección nos ha cargado en la cuenta unos números para un sorteo (Hacienda por lo menos inicia un expediente de recaudación ejecutiva y te avisa) y que la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo ha destinado 899.422,00 € a un proyecto denominado “Fortalecimiento del sistema de salud mental en Guinea Ecuatorial”.
La subversión es necesaria, no en el sentido de destruir, sino en el de trastocar, porque ahora mismo lo que debería estar arriba está abajo y viceversa. Hace falta un giro de 180 grados para restaurar el orden y poder recobrar el norte. ¿Seremos capaces de hacerlo después de tanto tiempo agarrotados boca abajo? Una cosa está clara: cuanto más tardemos, más nos dolerá.
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